Estando aquesta noche melancólico

Carta del licenciado Diego de Navarrete
al Doctor Parra

Estando aquesta noche melancólico,
dando vuelcos, metido entre las sábanas,
se me acordó, ¡oh doctor!, de los esdrújulos
de la docta y elegante epístola
que al deán escribes, con estilo heroico,
levantá[n]dote al cielo en versos fáciles,
en la materna lengua y en la itálica.
Vínome gana de tomar la péñola,
que la tenía cortada para sátiras,
mas como condenan en el púlpito,
dejando aparte ceremonias frívolas,
superfluas siempre, enemistades sólidas
escogí por subiecto, a mi propósito,
sin exceder de la verdad los límites.
Dedicar[é] a tu ingenio aquesta crónica
de las maldades del putaco ejército,
que hace más daño en cortesanos pródigos
del que hizo con su armada el dragón ánglico,
cuando desembarcó en la Lusitania,
perdiendo en ella el escuadrón herético.
Soy en esta materia más que un Bártulo,
que el que las trata, al fin, tiempo, co[nó]celas.
Y es fuerza conoce[r]las, con su pérdida,
aquel que escapa su[s] hechizos mágicos,
en los cuales le tienen como en círculo
de jaula, do encerrados como pájaros,
al falso cebo de doradas píldoras,
suelen purgar (sin infusión ocasia,
sin el fino rebárbaro o cañafístola,
sin recipe ninguno de los médicos)
de la insanable bolsa los ventrículos.
Purgan los escudos que, en las cédulas
de España, vienen para nuestro crédito.
Salen, pues, de su patria, aquestas guémaras,
hartas de andar por los burdeles ínfimos,
entrambas las Castillas y Bandalia,
pagando deudas de su jaque pícaro,
y dan consigo en Barcelona o Málaga,
donde la puta gente insolentísima,
si encuentra alguna nave, pasa el piélago,
llevando en ella […] pútrido,
y un Don tan malo, que dirá un gramático
que no le halla en todo el diccionario.
Y la que en su lugar era Anastasia,
hija de Pablos, que es un pobre páparo,
en arribando a la ciudad,
se llama doña Joana o doña Brígida,
doña Isabel, doña Ana, doña Hipólita
Enríquez Portugal, Riberas, Zúñigas,
Manríquez, Silvas, Núñez, Barrios y Zárates,
Mendozas, Vargas, Cartagenas, Ávalos,
diciendo vienen de la sangre gótica,
cuyas reliquias son los nobles cántabros.
Y, siendo muchas a la iglesia expósitas,
quieren que las tratéis con tantos títulos
como si fueran hijas del rey Príamo
o nueras de la triste Reina Hécuba.
Y otras, en quien la se[c]ta mahomética
dura, se estiman más que Zaida o Fátima.
Una dice que es hija primogénita
de un gran señor, que un conde la hizo grávida,
que de su patria echó por el escándalo,
tomando por disculpa que son frágiles.
Otra derramará más de mil lágrimas,
abominando de su suerte mísera
y del que la sacó del monasterio,
moviéndoos a tener dolor y lástima,
y es, en los hechos, muy peor que víbora.
Llega al fin su merced [a] aquesta curia,
sometido al gobierno de algún gátaro,
y luego acuden al cuartel hebraico.
Don Isas corcovado y otros pérfidos
alquila[n] ropa para el trato ilícito.
Tópalo acaso el cortesano mísero,
busca alegre su casa y, al fin, hállala,
que no se esconde aquesta gente pésima.
Hácele señas él, y ella entiéndelo.
Tira el cordel y hácese el introito
alegre, que lo triste está en el éxito.
Procura el necio de inducir la plática,
haciendo consonancia de ellas,
cual si fuera la dama otra Penélope.
De aquí comienza, sin bastar antídoto,
el necio amador a beber tósigo.
Y procura llevarla hacia la cámara,
para aplacar el humorazo cálido.
Ella, como lo siente ya doméstico,
rehusa verse en amoroso tránsito
y, llorando, le dice “no soy plática”.
Y el clericón lo cree, que amor es crédulo,
pártese della y deja el alma en gabia.
Vuelve al anochecer con otros clérigos,
haciéndose el patrón de aquella máquina,
como si de mil años fuera cógnita.
Y ella, astuta, que mira al pobre rústico,
en su carnal bajel, al punto, embárcalo,
y el necio salta en la espalmada góndola.
Dice ella que, de hoy, más será su ídolo,
que no tema privanza de sus émulos,
pues que, en su voluntad, ha de ser único,
y prevaricará más que Calfurnia,
ardiéndose en su amor como un carámbano
y la que en su parlar promete (?),
dará, en su trato, tósigo, y bíbares
él dice, sin buscar para ello intérprete,
porque ya le ha picado la tarántula.
Y ya comienza el pobre a ser idólatra
de una cara pintada a lo mosaico,
que de gozar sus crines tiene estímulo.
Y aunque al principio niega, al fin, consiéntelo,
pensando el tonto, que gozó de Andrómaca.
Pagará en oro el parecer errónico.
Escríbile, al momento, en su matrícula,
que usan las tales de tener por índice
escriptos sus amantes en catálogo.
Y como vienen de dineros ávidas,
en una gruesa suma, al punto, estáfalo,
de suerte, que le sale caro el coito.
Quiere ponerle casa luego el bárbaro,
que ya le roba amor todo el espíritu,
trayéndole el sentido cual frenético
al cebo, que es nueva la carátula.
Y, tal está, que jurará que es cándida,
aunque sea más prieta que el ébano.
Lo cual remedia con blanquete y cádivas.
Y siendo todas, con traición, benéficas,
más ponzoñosas que culebra o áspide,
van a los campos a coger cantárides,
el funeral ciprés, el mirto, el sándalo,
ruda salvia, cominos y mandrágoras,
con que lo fuerzan a venir a un círculo,
tirándole del naso como a búfalo,
con un [h]alago cual con fuerte gúmena.
Vienen también al son de aquesta cítara,
a decir de sus ansias las antífonas,
presbíteros, subdiáconos y diáconos,
los legos estudiantes y los clérigos,
los deanes, arcedianos y canónigos,
que aquestas son sus vísperas al órgano,
y no se escapa de esta amarga pócima
el solicitador con el causídico,
el viejo cano con la edad decrépita,
y quiera Dios que no esté, pues, el mónaco.
Y, si alguno se escapa de sus máquinas,
dicen los demás, con trato irónico,
que es un Licurgo, un Catón o Séneca,
y ellas también le llaman Aristóteles.
Mesúranse, en su estrado, como en tálamo,
y entra de sus amantes una cáfila,
que parece su cara ser alhóndiga.
Y a quien lo mira sin pasión, parécele
juego enfadoso de animados títeres,
Viendo hilar a mil famosos Hércules,
sin fuerzas, los Sansones, que estas Dálidas
el vigor cortan y el valor del ánimo.
Vese la puta infame rabihúmeda,
con casa en orden, con balcón y bóveda,
y en ella la le[e] Celestina cátedra.
De su nobleza cuenta dos mil fábulas,
que el necio amante tiene por auténticas,
teniéndolas el mundo por apó[c]rifas.
Con ser locuaces, piensan ser retóricas.
La que es más libre dice que es mas pícara,
y no sabrán el credo o los artículos.
Aquí quisiera, un rato, con Heráclito,
llorar, pero reireme, con Demócrito,
mirando muchos que en el aire diáfano,
de día, andan a escuras, cual murciélagos,
sin ver que dan a todo el mundo escándalo,
porque, metidos en aqueste piélago,
con gran seguridad echan las áncoras.
Es fuerza regalar a las famélicas,
y la que se crió con queso y rábanos
o gata grande, requesón y pámpanos,
no comerá sino perdiz o tórtola,
y para el viernes esturión o sábalo,
umbrinas, granchiteneres y espígolas,
trillas, anguilas y famosos chéfalos,
queriendo por principio siempre espárragos,
y para postre, del Levante, dátiles.
Mas, si a su costa, comen el estómago,
hinchen de bofes pronatura y hígado.
Unas a otras a cenar convídanse
y, en estas fiestas, mil marañas úrdense
contra el amante, que ha de ser la víctima.
Vestidos quiere la putaca, y trázalos,
y el bobarrón a darlos luego ofrécese.
Busca dinero a cambio y, al fin, hállalo.
Llaman al mallorquín y van al fóndigo,
si no es que él tenga quien le envíe de Nápoles
telas, para quien las usaba traer de cáñamo.
Y, a vueltas de ellas, pidiera barátulos,
que como los conocen tiernos, móndanlos,
sin que se pierda mondadura o cáscara.
Y cuando el amador se juzga próspero,
entonces ella se le muestra zaina
y, para amartelarle, le da tártagos,
que en estos trato[s] son ligeras águilas.
Si lo que piden no les dais, desmáyanse,
fingiendo tienen de cabeza vahídos,
los cuales cura con presteza el bárbaro,
con un jarabe de las minas índicas.
Y aún tal habrá que pedirá una póliza
hecha por un notario en forma camere,
como si os diera mercancía de púrpura,
telas de Calicut o holandas bélgicas.
Hay otras que se visten como jóvenes,
que dicen gracias y mochachas hácense.
Ya que son putas más de cuatro décadas,
tal vez el pobretón tiene dilúcidos
y, mirando su mal, se queda atónito.
Dice que quiere ya mudar propósitos,
que quiere estarse en su aposento lóbrego,
y, si saliere, visitar basílicas.
Mas como somos de natura débiles,
con gran facilidad se torna al coito.
Pásase un año y, por las deudas, cítanlo,
cuando no tiene un real, cuatrín ni óvalo.
Enfermedad que no la curan físicos,
con emplastos, colirios, ni con bálsamo,
mira que está su pretensión en pólito,
y que ha quedado como flaca acémila,
tirando los estribos de la jáquena,
hasta llevarlo a un calabozo cóncavo
de la torre de nona o la sabélica,
donde le dejaré jugando quínolas,
y acabaré esta carta sin epílogo,
porque entre amigos no ha de haber retórica,
y porque las hermanas de Melpómene
se han retirado a su retrete ascondido,
pondré yo fin a mi escribir fantástico.

[ff. 63v-69v]

2020-03-09T09:40:18+00:00

Un comentario

  1. Patricia Marín Cepeda 27 septiembre, 2018 en 6:20 am - Responder

    Edición del texto procedente de: Elena González Rodrigo, “Una sátira misógina y erótica inédita del Siglo de Oro: estudio y edición de la ‘Carta del Ldo. Diego de Navarrete’ del ms. Corsini n. 970”, Trabajo de Fin de Grado dirigido por la Dra. Patricia Marín Cepeda, Universidad de Burgos, 2016.

    Bibliografía:

    – Massimo Marini, “Canzioneri spagnoli popolareggianti conservati a Roma (III): il Ms. Corsini 970”, Revista de Cancioneros Impresos y Manuscritos, 4 (2015), pp. 60-77.

    – Massimo Marini, “Formas y temas eróticos en dos poemas del ms. Corsini 970: el Romance de la viuda triste y el soneto ‘Elvira Nicolás estaba un día'”, en Patricia Marín Cepeda (ed.), En la concha de Venus amarrado. Erotismo y literatura en el Siglo de Oro, Madrid, Visor, 2017, pp. 175-199.

    – Patricia Marín Cepeda, “Erotismo y poesía en el manuscrito Corsini n. 970 de la Accademia Nazionale dei Lincei”, en P. Marín Cepeda (ed.), En la concha de Venus amarrado. Erotismo y literatura en el Siglo de Oro, Madrid, Visor, 2017, pp. 161-173.

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