Las nueve que habitáis en el Parnaso

Cuento de las madejas
 
Las nueve que habitáis en el Parnaso,
espíritu me dad cual se requiere
para cantar el más donoso caso
que cuanto el sol sus rayos esparciere
del Capricornio, Febo muy nombrado,
no se verá jamás, ni hombre lo espere.
A las damas requiero de delante
se quiten las que son escrupulosas,
guárdense de mi voz, no las encante;
mas las que ultra de ser bellas y hermosas
tienen el rico esmalte de discretas,
podrán prestarme orejas amorosas;
y si les contentare de las tretas
que yo les contare, cualquier designio
tendrán por provechoso de alcahuetas.
Iban tres dueñas, pues, por un camino
con perdón, en tres asnos caballeras,
aunque esto del perdón me trae mohíno.
Casadas todas tres y muy matreras,
pienso yo que el oficio que tenían
debía ser, sin falta, panaderas,
las cuales juntas iban y venían
a unas ciertas ciudades de su aldea,
a do juntas su pan también vendían.
Fortuna, que las cosas acarrea
según sus intenciones van guiadas,
no como el apetito las desea,
viniendo a la ciudad, las tres casadas
se hallaron caídas en el suelo
unas madejas de hilo bien curadas,
las cuales de sus asnos al señuelo
al punto se abajaron, codiciosas
de añadir a su tela un pedazuelo.
Mas como todas iban presurosas,
llegaron todas tres y asieron de ellas
y todas tres tiraban amorosas:
ninguna de las tres quería perdellas,
cada cual pretendía de llevallas
y antes morir que un paso dar sin ellas.
Finalmente, en tomallas y dejallas
a la ciudad llegaron, siempre asidas
de las madejas, sin jamás soltallas,
adonde con más cólera encendidas
las lenguas se ayudaran de las manos
si no fueran con tiempo detenidas;
porque llegaron fieles y escribanos,
aguaciles, corchetes y el teniente
con otros que persiguen los humanos.
Y, vista su querella incontinente
después de haber un rato bien reñido
el teniente aparto toda la gente
y díjoles: "Hermanas, yo he querido
llevar esta cuestión por otro fuero
mas blando que el que a mí me es permitido;
por tanto, desde aquí soltéis. Hoy quiero
que la que mejor burla hubiere hecho
para el domingo próximo primero,
a su marido, goce del derecho
de todas y se lleve las madejas
ella sola, y le hagan buen provecho".
A esto ellas bajaron las orejas
aceptando por bueno el corte dado
para dejar los pleitos y las quejas;
y por poner en esto aquel cuidado
que se requiere, vueltas a su aldea
antes que el sol se hubiese deslumbrado,
todas tres de un jaez y una librea
las burlas concertaron para un día
que, al parecer, no hay hombre que lo crea
.
 
Primera burla
 
La primera de todas, pues, tenia
a un mancebo viudo por vecino,
que cuando la miraba se reía
echándole un requiebro de comino;
la otra, que era diestra en este juego,
viendo cuánto atajaba del camino
y para ejercitar mejor el fuego,
pasándose ella a casa del vecino
sin ver ya su marido más que un ciego.
Como eran tan vecinos, como digo,
hizo por una parte un agujero
del tamaño a lo menos de un postigo.
Atándolo después con un madero
de suerte que pudiese ella quitarle
y volverle a poner como primero;
y entrar por allí dentro a consolarle
cuando menos pensase su marido,
con el intento dicho de burlarle.
El trato, pues, entre ellos concluido
y ella con su marido ya acostada,
sintieron ciertas voces y ruido,
y haciéndose de nuevas la taimada
atento hace estar al desdichado,
que de las voces no percibe nada.
Mas viendo ella el tiempo aparejado,
le dijo: "¿No sabéis, hola, fulano,
lo que yo de estas voces he pensado?
Sabed que no se dan asina en vano,
que del vecino son, que nuevamente
se casa con la hija de Arellano;
y como él pretendía justamente
de su virginidad aprovecharse,
según lo que la moza es de inocente
debe la necia ahora de esquivarse
y de que no la toque defenderse,
cosa que, ya vos veis, no puede usarse" .
Dijo él: "Por cierto no; pues que perderse
es justo estando ya los dos casados,
y al fin, tarde o temprano, ha de hacerse;
y pues que los vecinos obligados
estamos a ayudarnos, yo me quiero
llegar allá y dejarlos concertados".
Ella aprueba el intento, y él ligero
de la cama saltó y abre la puerta;
y ella tras él se fue luego al madero,
y entrada por allí, cual gata muerta,
delante del viudo, arrinconada,
se puso con rebozo muy cubierta.
Entrando su marido en la posada,
como la vio así puesta, pensó que era
la buena de la necia desposada,
y díjole: "Señora, sois austera
y hacéis contra razón en esquivaros
para una cosa tal de esa manera.
A mí me ha dado pena el escucharos
y vengo a deshacer esa querella,
si de mi voto holgáis de aprovecharos".
Dijo el viudo: "No hay razón con ella".
Él le dijo: "Sí habrá; yo haré que venga
en lo que vos quisierdes hacer de ella
y, si no quiere, a fe que yo la tenga,
que no he de tornar a mi posada
hasta que se haga aquí lo que convenga".
Y como la vio estar arrinconada,
arremetió con ella muy agudo
y en brazos la tomó, como forzada.
Y convidando al bueno del viudo
de los pies y las manos la tenía,
dándole el cuerpo franco y sin ruido;
y el viudo que aquello se quería
cabalgose en la yegua que le daba
el que de los estribos la tenía.
Ella, por desasirse, rempujaba,
así debió pensarlo su marido,
pero la verdad es que se brincaba.
Al fin, aquel camino concluido,
ella se gozó así e hizo su hecho,
y al marido dos cuernos le han nacido;
el cual dijo: "Compadre, buen provecho
os haga cuanto yo para mí quiero".
Y a su casa se fue luego derecho.
Mas a la cama su mujer primero
llego por el atajo declarado,
volviéndole a cerrar con el madero.
 
Segunda burla
 
La segunda, después de haber tratado
con un fraile benito su concepto,
burló de esta manera a su velado
a la noche durmiéndose el pobreto.
Llorando comenzó a decir, gimiendo:
"¡Marido!, ¡ay, que me muero! Yo os prometo,
la madre, ¡ay triste!, se me va subiendo
a la boca. Que ya quiero ahogarme,
me parece, según me está batiendo;
por tanto yo, querría confesarme.
Y ya sabéis con quién siempre suelo, hermano,
que en San Benito habéis visto hablarme".
El triste, aunque era noche y no verano,
levántase y camina por traelle
a su mujer el médico más sano.
Pero en llegando allá, no pudo haberle;
que estaba cojo, respondió el portero,
y si no es en brazos no hay moverle.
Él, que aquesta respuesta muy ligero
a su mujer volvió, que se moría
porque estaba diciendo: "¡Ay, que me muero!",
y dándole el recado que traía,
ella replica luego y muy serena:
"Suerte desventurada fue la mía,
que si, marido, acaso en tal os viera,
aunque estuviera cojo y más tullido
a cuestas hasta casa os le trajera".
A esto muy confuso, su marido
a ella no responde y va al portero,
y díjole: "Yo vengo apercibido,
pues mi mujer está ya en el postrero
término de su vida, de llevarle
a cuestas y que venga le requiero".
Con esto, aquel modorro fue a llamarle,
el cual, de allí a gran rato, cojeando
vino, y aun necesario fue rogarle.
Al fin, que en sus espaldas le cargando,
comenzaron a andar con grande pena
del asno que se iba derrengando,
porque pesaba el fraile más que arena
y adrede hizo la carga más pesada,
porque la burla fuese muy mas buena.
En fin, con gran trabajo a la posada
llegando de la dueña, oyeron luego
quejarse de la madre, fatigada;
y el marido, que en todo andaba ciego,
rogole al padre que se entrase dentro,
que en verle su mujer tendría sosiego.
Entrose el fraile, y del primer encuentro
tan llena la dejo de amor divino
que no había por do el aire entrase dentro.
En fin la madre a su lugar se vino,
porque estaba devota la paciente
y el metedor del fraile hacia camino.
Y como quedó sana la doliente,
volvió a llevar a cuestas su marido
al fraile que sanaba su accidente.
Y como de llevarle fue venido,
y a su mujer halló tan sosegada,
en la cama con ella se ha metido;
y metiendo una pierna arrebujada
sintió que los pañetes olvidados
se quedaron del padre en la posada.
Mas la mujer le dijo: "¡Ay, mis pecados!,
y los paños benditos son aquestos
con que han sido mis males remediados;
sabed, marido, si no sabéis, que estos
son los que san Benito se vestía,
y así sanan del mal donde son puestos.
Por esto, ¡desdichada!, yo querría
que vos, marido, los llevases luego,
y que perdone la ignorancia mía.
"Yo lo haré, mujer, como mandáis",
dijo él, "y sea luego, si os parece".
"Así por muchos años vos viváis".
 
Tercera burla
 
Tras esta, la tercera que se ofrece,
esta que llaman buena y valedera,
si el arte y el ingenio resplandece.
Sabed que ahora yo tomo esta tercera,
por el embuste de ella contemplado
paréceme debía de ser matrera.
Tenía en casa un mozo desbarbado
que el bozo casi casi le apuntaba,
rehecho a maravilla y bien doblado;
de aqueste su marido confiaba
la granjería, labranza y todo el resto,
y aun la dueña también le retozaba;
pues como ella lo vio tan bien dispuesto,
pensó cómo ganase, al plazo dado,
con una gentil burla, el premio puesto.
Y habiéndole primero ella enseñado
lo que decir y hacer le convenía,
una noche, después de haber cenado,
comenzó ella a alabar la valentía
del mozo y de la suerte que apostaba,
que a marido y mujer levantaría.
El mozo, que advertido al punto estaba,
dijo: "Mi fuerza es, cierto, harto flaca,
porque nunca es valiente quien se alaba,
mas hágase nuestro amo de una estaca,
tan metida en el suelo y tan hincada
que pueda detener una carraca;
y póngase nuestra ama rellenada
encima, y si a entrambos yo no alzare,
yo perderé la cabra remendada.
Nuestro amo apostará lo que mandare
y yo a hacer lo dicho me profiero
a perder si a los dos no los alzare".
Dijo el marido: "Soy contento;
y quiero que la prueba se haga sin tardar,
y yo apuesto un chivato y un carnero".
"Pues ¡sus!", dijo la dueña, "no hay que hablar
sobre la apuesta. ¡Sus! La estaca, venga;
y a fe, marido, que hemos de ganar.
Mas porque sea ella cual convenga,
de aquel roble haced, por vuestra vida,
para que aunque nos alce, nos detenga".
Hecha la estaca, pues, y bien metida,
inclinose el marido y asió de ella;
y la mujer se echó sobre él tendida,
y el criado se echó luego sobre ella,
que ya tenía las faldas regazadas
el garañón que había de componella.
Y como ella sintió las espoladas:
"¡Tened, tened, marido", voceaba,
"que tiene este unas fuerzas endiabladas!".
Y así el mozo de arriba rempujaba,
y el marido de abajo resistía
y ella, en medio de entre ambos, se brincaba.
Cuando el marido arriba la subía,
el mozo, desde arriba forcejando,
bajarlos hasta abajo los hacía.
En fin, ora subiendo, ora bajando:
"¡Tened, tened", decía, "no os levante!"
Y él: "¡No hará, por Dios, bien apretando!"
Y llegando la lucha al dulce instante,
alzose el mozo y dijo: "Estoy molido;
ni puedo más, por Dios, ni soy bastante".
"Pues ¡sus!", dijo la dueña, "¡alzaos, marido,
que la apuesta los dos hemos ganado,
pues se rinde y se da ya por vencido!"
De esta suerte el marido fue burlado,
que a su mujer los fuelles levantaba,
tañendo el otro, encima, lo flautado.
 
   Dicen que cuando aquesta relataba
al teniente su burla, de tal arte
y con tanto primor la declaraba
que él dijo: "Tus madejas quiero darte,
hermana; y ve con Dios, que según eres
aun tengo miedo solo de escucharte:
pues más sabéis que el diablo las mujeres".

 

2017-09-29T00:00:00+00:00

Un comentario

  1. Patricia Marín Cepeda 8 marzo, 2019 en 8:03 pm - Responder

    Otras fuentes, según BIPA (Philobiblon):

    – Roma. Biblioteca della Accademia dei Lincei. Ms. Corsini, n. 970, ff. 149v-151v.
    – Madrid. Biblioteca Nacional de España. Ms. 3168, ff. 106-108.
    – Madrid. Biblioteca Nacional de España. Ms. 22028, ff. 58-61.
    – Madrid. Biblioteca Nacional de España. Ms. 3915, ff. 302306v.
    – Madrid. Biblioteca de Palacio Real. II-973, ff. 357-363.

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