Ya Venus aflojando

Ya Venus aflojando
iba los brazos, y a su amor entrellos,
mayor rastro dejando
de su deleite en ellos
los ojos vueltos que del negro dellos.

Ora estaba callada,
ora con dulce “ay” se estremecía.
No se movía nada,
y si algo se movía
muy poco o casi nada parecía.

Llegó ya al dulce paso
y, arrebatada en gozo y alegría,
el tierno cuerpo laso
sintió más que solía,
y la divina boca helada y fría.

Sus gustos se mostraban
(puesto que no quisiera concedellos),
porque los publicaban
y eran testigos dellos
bañados en sudor rostro y cabellos.

Podían colegirse
de los ayes de amor y dejo dellos,
y de aquel descubrirse
los pechos y los cuellos,
y aquellas blancas piernas, brazos bellos.

Ya no se fatigaba,
ya no se apresuraba ni gemía;
los brazos apartaba,
las piernas extendía
con que al mozo en mil lazos envolvía.

Los fines gloriosos
adonde se endereza la porfía
de abrazos amorosos
con sobra de alegría,
ya Venus fatigados los tenía.

Los miembros delicados
que a Hipólito movieran a querellos,
tenía de cansados
perdido el uso dellos,
remisos, sin mostrar vigor en ellos.

Al fin, de brío falto,
quedó su cuerpo tal cual de difunto.
Mas ¡ay, qué sobresalto
sintió, con gloria junto,
Adonis, cuando vio llegado el punto!

Ahógase en el gozo.
No sabe, hermosa diosa, acompañarte,
que, al fin, como era mozo,
sabía menos del arte
de echar con dulce fin cosas aparte.

Mas, la pausa llegada
en que se cierra la sabrosa hora,
con voz apresurada,
más baja que sonora,
dijo: “No ceses, diosa, anda, señora”.

Y hablarla más quiriendo,
la palabra en el pecho se le parte,
porque iba diciendo:
“Para más animarte,
no dejes de mene…”, y no dijo “arte”.

Puede bien entenderse
lo que le sucedió de lo que apunto
y cuál debió de verse
el tierno mozo, al punto
que el aliento y la voz te faltó junto.

Al fin, de brío falto,
quedó su cuerpo tal cual de difunto.
Mas ¡ay, qué sobresalto
sintió, con gloria junto,
Adonis, cuando vio llegado el punto!

Ahógase en el gozo.
No sabe, hermosa diosa, acompañarte,
que, al fin, como era mozo,
sabía menos del arte
de echar con dulce fin cosas aparte.

Mas, la pausa llegada
en que se cierra la sabrosa hora,
con voz apresurada,
más baja que sonora,
dijo: “No ceses, diosa, anda, señora”.

Y hablarla más quiriendo,
la palabra en el pecho se le parte,
porque iba diciendo:
“Para más animarte,
no dejes de mene…”, y no dijo “arte”.

Puede bien entenderse
lo que le sucedió de lo que apunto
y cuál debió de verse
el tierno mozo, al punto
que el aliento y la voz te faltó junto.

Al fin, cual fue la causa, salió el efecto que el sentido adora,
y, hecha la dulce pausa,
dijo: “¡Ay, ay, señora!”
Y el dulce juego feneció a la hora.

 


 

Ya Venus aflojando
iba sus brazos, y a su amor entre ellos.
mayor rastro dejando
de su deleite en ellos
los ojos vueltos que del negro dellos.

Ora estaba callada,
ora con dulce “ay” se estremecía,
no se movía nada,
y si algo se movía,
muy poco o casi nada parecía.

Llegado en dulce pago,
y, arrebatada en gozo y alegría,
al tierno cuerpo laso
sintió más que solía,
y la divina boca helada y fría.

Sus gustos se mostraban,
(puesto que no quisiera conocellos),
por que los publicaban
y eran testigos dellos
bañados en sudor rostro y cabellos.

Podría colegirse
de los ayes de amor y el dejo dellos,
y de aquel descubrirse
los pechos y los cuellos,
y aquellas blancas piernas, brazos bellos.

Ya no se apresuraba,
ya no se fatigaba ni gemía;
los brazos aflojaba,
las piernas extendía
con que al mozo en mil lazos envolvía.

Los fines gloriosos
a do se enderezaba la porfía
de abrazos amorosos
con sobra de alegría,
ya Venus fatigados los tenía.

Sus miembros delicados
que a Hipólito rindieran a querellos
tenía de cansados,
perdido el uso dellos,
remisos, sin mostrar vigor en ellos.

Al fin, de brío falto,
quedó su cuerpo tal qual de difunto;
Mas ¡ay, que sobresalto
sentía, con gloria junto,
Adonis que se vio llegado al punto!

Ahogase en el gozo.
No sabe, hermosa diosa, contentarte,
que, al fin, como era mozo,
sabe poco del arte
de echar con dulce fin cosas aparte.

Mas, la pausa llegada
en que se encierra la sabrosa hora,
con voz apresurada,
más baja que sonora,
dijo: “No ceses, diosa; anda, señora”.

Y hablarla más quiriendo,
la palabra en el medio se le parte,
porque iba diciendo:
“Para más animarte,
no dejes de mene…”, y no dijo “…arte”.

Puede bien entenderse
lo que sucedio de lo que apunto
y cuál debió de verse
el tierno mozo al punto
que la fuerza y la voz le faltó junto.

En fin, cual fue la causa,
salió el efe[c]to que el sentido adora
y echan la dulce pausa,
dijo: “Ay, ay, señora”
y cual Venus quedarse vio a deshora.

2018-10-03T08:39:08+00:00

Un comentario

  1. Javier Blasco 12 septiembre, 2018 en 12:59 pm - Responder

    Forma parte del Jardín de Venus. Este texto glosa el soneto “Lo ojos vueltos que del negro de ellos”.

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