Un caballero estaba aficionado
de cierta dama que a ganar vivía,
y a su casa derecho se fue un día,
do mitigó el ardor de su cuidado.
Siendo pues cometido su pecado,
los ojos por la casa revolvía,
y vio que todo cuanto en ella había
con gran dificultad valía un ducado.
Un ducado le dio, y ella entonada
le dijo, con mostralle airado el gesto:
«Con veinte escudos no seré pagada».
Mas él que responder quiso de presto,
le dijo: «Pesar de tal y con la currada,
pues queréis ganar más que vuestro resto».
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