A un caballero que, estando con una dama,
no pudo cumplir sus deseos
Con Marfisa en la estacada
entrastes tan mal guarnido,
que su escudo, aunque hendido,
no le rajó vuestra espada.
¿Qué mucho, si levantada
no se vio en trance tan crudo,
ni vuestra vergüenza pudo
cuatro lágrimas llorar,
siquiera para dejar
de orín tornado el escudo?
Casado el otro se halla
con la del cuerpo bellido,
de quien perdonado ha sido
por ser don Sancho que calla;
los ojos en la muralla,
su real ve acrecentado
de uno y otro que entra armado
y sale sin alborozo
por aquel postigo mozo,
que nunca fuera cerrado.
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