Epitafio a una dueña
Aquí descansa en eternal modorra,
cumplido de su vida el postrer plazo,
la astuta cazadora cuyo lazo
jamás pudo evitar humana zorra.
Murió de un fuerte golpe que en la morra
le dio furioso un atrevido brazo;
que era justo muriese de un porrazo
quien vivió de dar gustos a la porra.
Caminante, si acaso algún interno
ardor lascivo el corazón te aprieta,
echa al punto limosna en ese cuerno;
que aún te podrá traer esta alcahueta
un demonio con faldas del infierno
a trueque de ganar una peseta.
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