CANCIÓN
¡Ay, mezquina,
que se me hincó una espina!
Desdichada,
que temo quedar preñada!
Madre mía,
yendo a una romería,
¡mal pecado!,
no llevaba aquel cuidado
que debía.
Sucedió
que un galán me persiguió
de tal manera
que de sus palabras
fuera enlabiada.
¡Ay de mí, triste, penada!
¡Desdichada,
que temo quedar preñada!
Volví luego
tras él en llamas de fuego
encendida
para cumplir, constreñida
de su ruego.
Y en llegando
a su casa, en ella entrando,
muy contento,
a su secreto aposento
me encamina.
¡Ay, mezquina,
que se me hincó una espina!
Conocido
el engaño haber ya sido
manifiesto,
como más ardid honesto,
de atrevido
se allegaba:
de rato a rato tentaba
la camisa;
con una fingida risa
disimuló la celada.
¡Desdichada,
que temo quedar preñada!
Ignorante
de aquel caso semejante
que pasaba,
el trabajo recelaba
de delante.
Él dicíe:
“Esté queda, por su fe.
¿Dónde va?
Que presto acabaré ya,
sea callada”.
“¡Ay, señor, que desdichada
seré, si quedo preñada!”
El señor,
como diestro justador,
deseoso
de verse tan victorioso,
sin temor
arremete
como muy diestro jinete
en la carrera.
Dio un encuentro en la visera
y fue ganada la honra
que se le asina.
¡Desdichada,
que en sentir aquesta espina
he miedo quedar preñada!
Ya mi don,
perdido en esta razón,
no sé cuándo,
lo llevó señor justando;
y yo quedé
sin él, no sé cómo fue.
Sé contar
que, después del encontrar,
quedé turbada
temiendo quedar preñada.
Desque justamos,
dos mil requiebros pasamos
más de un hora;
y, en fin, yo fui vencedora
entre entrambos.
Esto cuento,
madre mía, porque siento
que tal seña
os dará que soy dueña
malograda;
y con serlo tan aína,
me temo que del espina
quede la carne enconada.
Deja tu comentario