Hermana zarabanda emputecida,
dejemos las historias de Valerio
y acójete, mi alma, a un cimenterio,
pues no te importa menos que la vida.
Veniste de los charcos foragida,
en público divorcio y adulterio,
siendo de sus jaciques refrigerio,
por no ser de lampiños corrompida.
Pedirte quiere el [orto] Monicongo,
aunque te fíe el duque Gerineldos,
la gente de Larache y de Sodoma.
Mas tú que tienes cara de distongo,
echando por la falsa dos regüeldos,
apela para el Papa y vete a Roma.
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