A vos, Dona abadessa,
de min, Don Fernand’ Esquio
estas doas os envío,
porque sei que sodes esa
dona que as merecedes:
quatro caralhos franceses,
e dous aa prioressa.
Pois sodes amiga minha,
non quer’a custa catar,
quer’eu vos ja esto dar,
ca non tenho al tan aginha:
quatro caralhos de mesa,
que me deu hua burgesa
dous e dous ena baínha.
Mui ben vos semelharán,
ca sequer levan cordões
de senhos pares de colhões;
agora vo-los darán:
quatro caralhos asnaes,
enmanguados en coraes,
con que caledes orans.
Excelente comentario de este poema por parte de Cantizano Pérez (“Eros prohibido: transgresiones femeninas
en la literatura española anterior al siglo XVIII”, AnMal, 32, 2012, 208-209):
El uso de instrumentos o consoladores ya se documenta en la Edad Media7. En las cantigas de escarnio y maldecir8, en que eran frecuentes las burlas a las religiosas y a las soldadeiras, hallamos asimismo testimonios de consoladores. Lapa (1970: 236) recoge la del trovador gallego Fernand’Esquio, que vivió entre la segunda mitad del siglo XIII y principios del XIV: el poeta regala a una abadesa a la que llama «su amiga» cuatro carallos franceses, y dos a una prioresa. Caralho en portugués, carallo en gallego, carajo en castellano y carall son expresiones que designan al falo. En este caso concreto son consoladores.
[…]
Este «regalo» que consigue de una burguesa tiene una doble lectura. Por un lado, sorprende la educación con que se dirige a la abadesa («a su amiga»), pero hay que recordar que es una cantiga de escarnio y su fin es burlarse de la religiosa, por lo que se exaltan sus vicios, no sus virtudes. Por otra parte, ¿por qué necesita cuatro caralhos (y, además de buen tamaño, «caralhos asnaes» y con buenos materiales, «enmanguados en coraes») esta abadesa, y dos la prioresa? La respuesta está en que el poeta, para seguir con su burla, intenta resaltar la insaciabilidad de la mujer y su exacerbado apetito sexual; por tanto, tiene ella que sustituirlos habitualmente, dado que, por la vehemencia y la frecuencia con que los utilizaba, acabaría por estropearlos. «Abadessa» puede ser una anfibología, ya que designa también a quien regenta un burdel, asimismo llamados madre o, en el caso de ser un hombre, padre (Liu 1995: 207–208; Cantizano Pérez 2010: 161-164).