— ¡Ah, hermosa!,
¿seis vos la que mora aquí?
— Señor, sí.
¿Hay por acá alguna cosa
que mandar?
— Señora, querría gozar
de lo que otros han gozado
y pagaré con mi ducado,
si por paga lo queréis.
— Caballero, no os canséis,
que ni por cien mil ducados
mis chapines desechados
no os daré a que los miréis.
¿No miráis la presunción
del andrajo de nonada?
¡Yo muera desesperada,
si tal me dijo varón!
— Señora, sea un doblón,
porque de mí no os quejéis.
— Caballero, no os canséis
que ni por cien mil ducados.
— ¿Y si os doy tres anillos
que pesen treinta reales?
— Aunque pesen cien quintales,
querría más que a vos tres grillos.
— Y, si son tres ducadillos,
¿abrirme heis?
— Caballero, no os canséis
que ni por cien mil ducados.
— Pues alguna habrá que sea
hermosa y de fantasía
que me ve y me querría.
— ¡Puta la que tal desea
y despida cada muera,
sí hago lo que queréis!
—Caballero, no os canséis
que ni por cien mil ducados.
— ¡Por vida de quién…!, señora,
señale algún precio cierto,
que me habéis de amores muerto,
doña perra burladora,
cuanto traigo os daré agora
por un beso que me deis.
— ¡Acabá, que me matáis!
Veis aquí cuatro florines.
— Mejor vaya yo a maitines,
que con esos vos cumpláis.
— Ora, pues en precio estáis,
a más barato vernéis.
— Señor, por menos de seis,
son los ruegos escusados.
— Pues no os daré dos cornados,
porque uno no merecéis:
no tanto por los dineros,
como por lo que valéis.
— Caballero, no os canséis
que ni por cien mil ducados.
Deja tu comentario