Adurmióseme mi lindo amor,
siendo del sueño vencido,
y quedóseme adormecido
debajo de un cardo corredor.
Adormiose porque pudiese
descansar su gran dolor,
o porque el amor le diese
en sueños algún favor,
que despierto clamador [sic]
no piensa ser socorrido.
Y quedóseme adormecido
debajo de un cardo corredor.
El durmiendo, velo yo,
abrasándome su fuego;
d[e] este velar me quedó
vida con poco sosiego.
Su dolor es mi dolor,
su gemir es mi gemido
y quedóseme adormecido
debajo de un cardo corredor.
Es sencillamente en la asodación de ideas cardo-picar donde hay que buscar el origen de este simbolismo, como lo explica sin rodeos una estrofa de travieso zéjel
El amor de la viuda
por mi casa y puerta acuda,
pues no hay peligro ni duda,
si la pica más que un cardo.
¡ Ay Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadillo pardo
(Citado en Góngora, Letrillas, p. 212)