Ahora que estoy de espacio

Ahora que estoy de espacio

Ahora que estoy de espacio
cantar quiero en mi bandurria
lo que en más grave instrumento
cantara, mas no me escuchan.
Arrímense ya las veras
y celébrense las burlas,
pues da el mundo en niñerías,
al fin, como quien caduca.
Libre un tiempo, y descuidado,
Amor, de tus garatusas,
en el coro de mi aldea
cantaba mis aleluyas.
Con mi perro y mi hurón,
y mis calzas de gamuza,
por ser recias para el campo
y por guardar las velludas,
fatigaba el verde suelo,
donde mil arroyos cruzan
como sierpes de cristal
entre la hierba menuda,
ya cantando orilla el agua,
ya cazando en la espesura,
del modo que se ofrecían
los conejos, o las musas.
Volvía de noche a casa,
dormía sueño y soltura,
no me despertaban penas
mientras me dejaban pulgas.
En la botica, otras veces,
me daba muy buenas zurras,
del triunfo, con el alcalde,
del ajedrez, con el cura.
Gobernaba de allí el mundo
dándole a soplos ayuda
a las católicas velas
que el mar de Bretaña surcan;
y hecho otro nuevo Alcides,
trasladaba sus columnas
de Gibraltar a Japón,
con su segundo plus ultra.
Daba luego vuelta a Flandes,
y de su guerra importuna
atribuía la palma
ya a la fuerza, ya a la industria;
y con el beneficiado,
que era doctor por Osuna,
sobre Antonio de Lebrija
tenía cien mil disputas.
Arguíamos también,
metidos en más honduras,
si se podían comer
espárragos sin la bula.
Veníame por la plaza,
y de paso vez alguna
para mí compraba pollos,
para mis vecinas, turmas.
Comadres me visitaban,
que en el pueblo tenía muchas:
ellas me llamaban padre,
y taita, sus criaturas.
Lavábanme ellas la ropa,
y en las obras de costura
ellas ponían el dedal
y yo ponía la aguja.
La vez que se me ofrecía
caminar a Extremadura,
entre las más ricas de ellas
me daban cabalgaduras.
A todas quería bien,
con todas tenía ventura,
porque a todas igualaba
como tijeras de murtas.
Esta era mi vida, Amor,
antes que las flechas tuyas
me hicieran su terrero
y blanco de desventuras,
Enseñásteme, traidor,
la mañana de san Lucas,
en un rostro como almendras
ojos garzos, trenzas rubias:
tales eran trenzas y ojos
que tengo por muy sin duda
que cayera en tentación
un viejo con estangurria.
Desde entonces acá sé
que matas, y que aseguras,
que das en el corazón,
y que a los ojos apuntas.
Sé que nadie se te escapa,
pues, cuando más de ti huya,
no hay vara de Inquisición
que así halle al que tú buscas.
Sé que es, tu guerra, civil,
y sé que es, tu paz, de Judas;
que esperas para batalla
y convidas para justa.
Sé que te armas de diamante
y nos das lanzas de juncia,
y para arneses de vidrio
espada de acero empuñas.
Sé que es la del rey Fineo
tu mesa, y tu cama dura,
potro en que nos das tormento;
tu sueño, sueño de grullas;
Sé que para el bien te duermes
y que para el mal madrugas,
que te sirves como grande
y que pagas como mula.
Perdona, pues, mi bonete,
no muestres en él tu furia;
válgame esta vez la Iglesia,
mira que te descomulga.
Levantas el arco y vuelves
de tus saetas las puntas
contra los que sus juicios
significan bien sus plumas,
mas con los que ciñen armas
bien callas y disimulas:
de gallina son tus alas,
vete para hideputa.

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2019-02-20T15:47:10+00:00

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