Ana, de mí tan amada,
¡ay!, quién pudiese abrazaros
y tantas veces besaros
que os cansase y, descansada,
tomar luego a más cansaros.
Y la noche viniese,
y el sueño no lo impidiese,
juntar mi boca con vos,
y el aliento de los dos
el mismo juego hiciese.
Ana, del gusto de amaros
esto es lo que se grangea,
que así gozándoos me vea,
que otra cosa que gozaros
mi alma no la desea.
Aunque con todo, Ana mía,
mayor gozo me sería
si pudiesse ser así,
que gozásedes de mí
como yo de vos querría.
Ana, ¿queréisme besar?
Bésame ya, si quisierdes.
Ana, y si os arrepintierdes,
a fe, de os volver a dar
tantos cuantos vos me dieres.
Y si acaso os descontenta
pagaros por igual cuenta,
no por eso os engañéis,
que por uno os daré seis
y por seis otros sesenta.
Ana, no hay dolor tan fino
que no llevase mi seso
por muy dulce y fácil peso,
si para ayuda al cativo
me diésedes solo un beso.
No porque esté mi contento
ni el alivio del tormento
en un beso, aunque es gran bien,
sino en el refrán que: “Quien
hace un cesto, hará ciento”.
Ana, sabéis que querría,
cuando a besaros viniese,
que todo el mundo sintiese
lo que yo en la boca mía,
porque de envidia muriese.
Pero qué vanos cuidados,
los que fueren avisados,
en mi contento verán
el gran gusto que me dan
besos de tal boca dados.
Ana, queréis os [ …]
yo os prometo que […]
que cien mil besos os […]
la mañana de San Juan
al tiempo que alboreaba.
Y amor fueme tan cruel,
que siendo despierto de él
en medio de aqueste gozo,
cayó “su gozo en el pozo”,
yo estuve por ir tras él.
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