¿Qué me quiere, señor? Niña, hoderte.
¡Dígalo más rodado! Cabalgarte.
¡Dígalo a lo cortés! Quiero gozarte.
¡Dígamelo a lo bobo! Merecerte.
¡Mal haya quien lo pide de esa suerte,
y tú hayas bien, que sabes declararte!
Y luego ¿qué harás? ¡Arremangarte,
y con la pija arrecha acometerte!
¡Tú sí que gozarás mi paraíso!
¿Qué paraíso? Yo tu coño quiero,
para meterle dentro mi carajo.
¡Qué rodado lo dices y qué liso!
¡Calla, mi vida, calla, que me muero
por culear tiniéndote debajo.
Me permito copiar aquí el excelente comentario de Garrote Bernal a este texto [Gaspar Garrote Bernal, “Practicantes del ingenio sexual (siglos XIII-XVII)”, AnMal Electrónica, 32 (2012), págs. 237-238]:
“Una multiplicidad diastrática que parte de lo vulgar o «liso» de joder (cfr. Montero Cartelle 2004), se desliza por lo «rodado» o coloquial (cabalgar) y lo refinado o «cortés» (gozar), y llega a lo cursi o «bobo» de merecer. Haz de posibilidades que permite la doble —al menos— codificación de tantos textos que hoy parecieran no ser sexuales. En tales mensajes de código cerrado, los grados cortés y bobo ocuparán la zona patente de la formulación, mientras que en la oculta o latente yacerán el liso y el rodado, operando como traductores o conmutadores de la zona superficial. Por el contrario, en los textos sexuales explícitos o de código abierto, solo aparecerán los dos últimos grados que acabo de mencionar. En este soneto, la niña (vocablo marcado en la literatura satírica y burlesca para designar a una dama con escasos prejuicios o a una prostituta) acepta —«sabes declararte»— la petición formalizada con lengua vulgar, rechaza la manera cursi («¡Mal haya quien lo pide de esa suerte […]») y pregunta, retadora: «Y luego ¿qué harás?». Así que el señor tira de vocabulario explícito: «Arremangarte / y con la pija arrecha acometerte». El primer terceto reduce a dos los cuatro niveles sociolingüísticos, y bromea con ambos: el ultraformal (cortés + bobo), que resignifica sexualmente a paraíso y lo convierte en eufemismo, y el directo (liso + rodado), que sortea el tabú lingüístico (carajo, meter, coño): «“Tú sí que gozarás mi paraíso”. / “¿Qué paraíso? Yo tu coño quiero / para meterle dentro mi carajo”». Los dos personajes han de volverse incoherentes para alcanzar el clímax… del chiste: la niña que pedía expresión directa, usa ahora la oblicua (gozar, paraíso); el señor dominaba cuatro niveles sociolingüísticos, y luego parece no entender la dilogía coyuntural de paraíso. Al final, ella se decanta por el estilo antieufemístico de su interlocutor: «“¡Qué rodado lo dices y qué liso!”»; también él, decididamente, prefiere lo coloquial: «“Calla, mi vida, calla, que me muero / por culear tiniéndote debajo”». El personaje masculino oscila entre lo ultraformal del primer cuarteto, el coloquialismo culear («Mover el culo, especialmente durante el coito» o «copular» [Cela 1988: I, 345-346]) y el vulgarismo de cierre tiniéndote. Y si no es incoherente, al menos padece peculiar sesquilingüismo: puede crear mensajes refinados (primer cuarteto), pero es incapaz, como receptor, de descodificarlos (primer terceto). O bien está ya manos a la obra, lo que exige una concentración que no se desperdicia en metalingüísticas: es que entender morir por como ‘desear’ —sentido aún actual—, implica que el coito no ha empezado; pero si opera aquí la acepción latino-medieval de morir, ‘joder’ (o ‘cabalgar, gozar, merecer’) y ‘alcanzar el orgasmo’, la pareja se encuentra ya en plena actividad sexual, y entonces por significa ‘a causa de’. La polisemia de morir y de muerte ni fue percibida por Maurer (1990) o Alatorre (2003), ni la registró Cela (1988), y eso que sigue funcionando en expresiones como Aquí te pillo, aquí te mato, Matar a alguien a polvos o Eso está de muerte.“