Bullicioso era el arroyuelo
y salpicóme:
No haya miedo, mi madre,
que por él torne.
Huyendo, madre, corría
el arroyuelo traidor,
cubierto de espuma y flor
cosa viva parecía;
procuré pasar un día
y salpicome:
No haya miedo, mi madre,
que por él torne.
Entre las guijas hacía
mil cortadillos y quiebros,
pareciéronme requiebros
que con el son me decía;
fieme del agua fría
y salpicome:
No haya miedo, mi madre,
que por él torne.
La mi pulida servilla
mojada me la dejó
y riéndose quedó
con las flores de su orilla;
estarme quiero en la villa,
pues salpicome:
No haya miedo, mi madre,
que por él torne.
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