Contra mí corto la pluma

Romance a una dama que habiendo ocho dias que un galán no la alcanzaba*; una vez que llegó, no pudo

Contra mí corto la pluma,
que con satíricas chanzas
le he de dar, porque no vino,
a mi potencia una vaya.
Al papel he de fiarle
el referir mi desgracia,
aunque él también, de vergüenza,
se hará papel de Granada.
Érase, Elisa, una tarde
que sucedió a una semana,
que a la fiesta de gozarte*
de placeres ayunaba.
Cuando a tu puerta llegué,
porque supe que en tu casa
sólo de noche se teme
el duende que nos espanta.
Salísteme a recibir,
entre amante y cortesana*,
conociéndose en el cuerpo
los regocijos del alma.
Sentámonos a la lumbre;
Y, como yo deseaba
gozarte, estar al brasero
era tenerme en las brasas.
Yo que miré que en tus ojos
amor me tocaba al arma
(que [y]a sé que para hacer gente
son los tuyos lindas cajas).
Avalanceme a tu boca,
y en la más bella muralla
que el cielo fabricó en perlas,
abrió mi lengua la entrada.
Vine a los brazos, y al punto,
para darnos de las astas,
al ristre desde la cuja
pasó aquella buena lanza*.
A dar el bote embestía*,
y al llamar una criada,
si cañas lanzas se vuelven,
mi lanza se volvió caña.
Fue forzoso recogerme
al retiro de una cuadra;
que al juego del escondite
pasamos del de las damas.
Fuese la criada, dando
nuevo principio a mis ansias*;
porque mi desdicha empieza
donde parece que acaba.
En un crepúsculo claro,
entreabierta la ventana,
aquel apacible sitio
a media luz alumbraba.
Bien así como en las selvas
lo frondoso de las ramas
los rayos del sol entibian,
siendo nubes de esmeralda.
Quisiste montar* en mí,
y fue elección acertada,
no estando yo para hombre
el ponerte tú las bragas.
Como había tantos dias
que de no gozarte estaba
tan cargado, fue forzoso
el echarme con la carga.
Cuando torcida* la mia,
para entrar en la batalla,
aunque era espada tizona,
no por eso fue colada…
Ya medrosa se encogía
y, tal vez, se descollaba,
con que yo reconocí,
de mi pieza* desdichada,
que ya no valía un higo,
estando como una pasa.
Aunque en los Países Bajos*,
era vecino de Holanda,
fue vasallo tan leal
que por nada se levanta.
Rogábale que se alzase,
y él, aunque ruín, no se ensancha;
ni me responde que sí,
aunque la cabeza baja.
Remití el negocio a prueba
de tus manos, que le halagan;
y tentándole tus dedos,
tus dedos no le tentaban,
lo que le estaba peor,
tomó de tus manos blancas,
pues con su calor no ardía
y con su color se helaba.
No valieron las astucias
para que a la lid entrara,
porque estas cosas del sexto*,
más quieren fuerza que maña.
Tú, ya encendida, ya tibia,
el rostro hermoso mostrabas,
con el enojo, de nieve.
con la vergüenza, de nácar.
Volvístete contra mí,
viendo que no te pagaba
de la merced que me hacías
en leche la media anata.
Que tú tenías razón,
Elisa, te confesara.
si yo tuviera en mi palmo
como en mi palma mi alma.
Mas esto de estar la cuerda
a todas horas templada
y tirante la clavija,
solo los frailes lo alcanzan.
Como supe que otro dueño
en tu jurisdicion manda,
en tu término redondo
no puede entrar con vara alta.
No te enoje que mis filos
o se tuerzan, o se caigan,
que por volver otro día
dejé la hoja doblada.

2019-12-09T12:19:00+00:00

Un comentario

  1. Javier Blasco 9 diciembre, 2019 en 12:14 pm - Responder

    Jerónimo de Camargo y Zárate en este romance sigue los pasos de Ovidio (Elegía VII del libro III de los Amores): “At non formosa…”

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