El pobre peregrino cuando viene

A la mesma María de peña
 
El pobre peregrino cuando viene
a Roma o a Santiago en romería,
por voto expreso o devoción que tiene,
va entre sí discurriendo por la vía 
la gloria, religión y piedad
del propósito santo que le guía.
No le mueve grandeza de ciudad;
las casas o dineros o manjares
no le hacen mudar de voluntad.
Llegado, se presenta a los lugares
sagrados y de más veneración;
desde lejos adora los altares,
porque siendo de humilde condición
ni se atreve, ni osa, ya que quiera,
ofrecer de más cerca la oración.
Escoge las imágenes de fuera
una para rezar, la que le place,
indigno de tocar a la primera,
y, donde a su propósito más hace,
cuelga una tabla escrita o el vestido
y sin más demandar se satisface.
Pues yo, señora Peña, conocido
el valor de vuestra ama, como indigno
me contento con ser de vos oído,
que no es cosa de humilde peregrino
allegar con sus votos a ofrecer
al principal sagrario de contino.
Gracia, favor, ayuda y parecer
me dad, pues que sabéis cuánto os desea
mi voluntad en todo obedecer,
haciendo de manera que se vea
a llegar esta carta torpe y necia
a manos de vuestra ama y que la lea,
que si saber extrañas cosas precia,
en ella verá escrita la verdad
del principio y costumbres de Venecia.
En el año de Natividad
de cuatrocientos y cincuenta y uno,
tiempo de general adversidad,
Atila, rey de ostrogoto y huno,
que el azote de Dios era llamado
por no hallarse más cruel alguno,
vino con grueso ejército y armado
a Italia y todo el mundo amenazando
sin perdonar profano ni sagrado.
Llegan sobre Aquileya braveando
y a fuerza de combates la asolaron,
una piedra sobre otra no dejando.
Los que en Padua y Altino se hallaron,
por excusar las bárbaras saetas,
con otros que de Italia se juntaron,
vinieron a poblar ciertas isletas
entre el Sil y la Brenta y los pantanos,
que antiguamente se decían Venetas.
Con pobres caballeros los villanos,
revueltos los criados con señores,
todos fueron llamados venecianos.
Todos eran ya hechos pescadores,
mostrados a beber los hielos duros
y a comer pan mezclado con dolores.
Las ondas les servían como muros
de las humildes casas y tejado
y la pobreza los tenía seguros.
Cubierto de carrizos el Senado,
hecho de duras conchas el asiento,
tratábase de redes por estado.
Un cuerno o caracol por instrumento
los llamaba a la misa y a consejo,
que a veces no se oía con el viento.
El marido o mujer, el mozo, el viejo,
se juntaban confusos al sonido
y daban pareceres en consejo.
Pues si alguna doncella iba a marido,
hacíase de peces el banquete
y de juncos tejidos el vestido.
En toda la ciudad no había bonete
sino por jubileo y aun soez
y entallado a manera de casquete.
Acaso se juntó el pueblo una vez
y eligieron señor el más prudente
que les servía de Duque y de juez.
Algún pescador que era su pariente
viéndole la cabeza descubierta
se descosió una manga incontinente,
y por donde ella estaba más abierta
la metió hasta dar en las orejas,
adelante lo estrecho y toda tuerta.
Por esto dicen las historias viejas
que le llamaban “cuerno” y este nombre
le quedó hasta hoy entre las cejas.
Continuose el reino del hombre en hombre;
bajaban los estados comarcanos
perdiendo con discordia fuera y nombre.
Crecían de contino venecianos
metiéndose a la mar y mercancía
con moros y judíos y cristianos;
fabricaban navíos a porfía,
penetraban naciones extranjeras,
reformando el gobierno cada día.
Era ya la República de veras,
la gente más tratable, más humana
que no cuando trataban en pesqueras.
Comenzóse a vivir de mejor gana,
ordenar por razón los edificios
y vestirse de paño fino y grana,
a tenerse más cuenta con los vicios,
a platicar de guerras y de amor
y tratar de más nobles ejercicios.
Traíase de seda ya el señor
y el palacio creció sobre colunas
y el mármol adornaba la labor.
Espantóse la mar con sus lagunas
de ver subir tan alto las moradas
y el crecer de tan súbitas fortunas.
Revolviendo entre sí cosas pasadas
del tiempo que a la tierra y su pujanza
sojuzgaron las ondas airadas,
temían que en tan grave y tal mudanza
la tierra se tornase a rehacer
por tomar contra el agua la venganza.
Desde allí se tomaron a crecer
cuatro veces al día y a apartar
las coas que pudiesen empecer.
A la fin, por sospechas acortar,
juntar un matrimonio pareció
del Duque de Venecia con la mar.
Todo el pueblo al contrato consistió,
las conchas y pescados por su parte,
el arena y el viento confirmó.
Aconteció estar a aquella parte,
el día que la esposa se aceptaba,
la diosa enamorada del dios Marte.
Acaso sus cabellos ordenaba
tejiéndolos con cuerdas de oro fino
y en blanca vestidura se hallaba.
Aún no era bien compuesta cuando vino
el niño que con arco y pasadores
hace guerra a los hombres de contino.
Con él venían otros mil amores,
todos con flechas y arcos, mas no tales,
todos hermanos suyos, mas menores;
éstos hieren los brutos animales,
las plantas y pescados y avecillas,
mas aquél corazones de mortales.
Mostraba haber herido de rodillas
a Júpiter y héchole humanar,
otra vez a pacer con las novillas;
o con húmidas noches abajar
la plateada luna desde el cielo
en rústicas cabañas a holgar.
Halagando la madre con el vuelo
le dijo que Venecia celebraba
una gran fiesta es este húmido suelo,
donde era tanta gente que él estaba
cansado de herir, no de otra cosa,
sin perder solo un tiro del aljaba.
Deliberó venirlo a ver la diosa
y encima de su concha aderezada,
cubierta de una tela luminosa,
de ligeros delfines fue tirada
hasta entrar por la boca del canal
a do era la fiesta comenzada.
Nunca Venus pensó que fuera tal:
tanta dama hermosa tan vestida,
tantos hombres tan ricos de caudal.
Salióle a recibir la más ardida;
aunque harto invidiosas, mas contentas,
la juran por hermana de la vida.
Ella también las trata de parientas,
que eran todas nacidas de un lugar
y con ella halladas en afrentas.
Estaban tan atentas al mirar,
la lumbre, juventud y hermosura
que nadie se acordaba de hablar.
Cada uno loaba la postura
de los pechos y manos y cabeza,
el arte del tocado y compostura.
Notábanle la vuelta de la treza,
el recoger en oro los cabellos,
adónde acaba el rizo y dónde empieza;
en tan varias maneras retorcellos
que sería prolijo el escribillas
porque cierto son más que no son ellos;
las ropas transparentes y sencillas,
dar color a los pechos y a la cara
el peine, partidor y redomillas.
Desde allí les quedó Venus tan cara
que arriscaran por ella las personas
en afrenta cualquiera que se hallara.
Consagráronle altares y coronas,
cantares, sacrificios y oraciones,
las doncellas, casadas y matronas.
Aun quedaron algunas condiciones
desde entonces usadas hasta agora
por las fiestas, iglesias y cantones.
Parecióle tan bien a esta señora
la tierra que, viniendo sólo a vella,
se quedó por vecina y moradora.
Ya otras veces había estado en ella,
mas no que la tuviese en la memoria
ni tanto procurase conocella.
Tras ella vino luego la Victoria,
en la mano dos remos y bogando
armada de Virtud, Valor y Gloria.
Mostró a entender al pueblo peleando
por las partes que el sol suele nacer
con la Fuerza y Esfuerzo de su bando.
Hizo luego vestidos parecer
en púrpura los padres y rogados
en Senado decir su parecer,
a mantener ejércitos pagados,
a tener otros pueblos por vasallos,
príncipes por sujetos o aliados,
venir varias naciones a buscallos
pidiendo ora socorro, ora justicia,
también otros por gloria a provocallos.
Reinaba[n] la Prudencia y la Malicia,
partes que la han traído donde está,
la Templanza, Modestia y la Justicia.
Es de ver cuán humilde y cómo va
solo en tanta grandeza por la calle
el mayor ciudadano que será.
Si venís a su casa por hablalle
no toparéis a otro sino a él,
y aun topado querréis ir a buscalle.
Cogida la cintura de tropel,
la ropa cuanto luenga la querrés,
atestadas las mangas de papel,
una beca de paño por través,
un bonete a manera de sartén,
con medias chineletas en los pies;
no mudan este traje en mal o bien
el mozo, el viejo, el rico, el que no tiene;
todos viven y van por un convén.
¡Oh ninfas de la mar! ¿Cuál de vos viene
a darme algún favor para que pueda
cantar a la sazón como conviene?
Ya la gente se sienta como en rueda,
ya comienza la novia a relucir
en blanco y oro, vergonzosa y leda.
Tráela de la mano allí al salir
un chico vejezuelo bailador,
ya las damas le van a recibir.
Dentro ha hecho experiencia de labor
enhila[n]do una aguja y, más desnuda,
ha mostrado si el vientre es paridor,
si es flaca o gorda en carnes o nervuda,
coja, manca, contrecha de algún vicio,
loca, simple, atronada, sorda, muda.
La madre y las parientas del novicio
por conocer mejor si era de prueba
le mandaron hacer este ejercicio.
Las damas se aperciben y se lleva
a sentar a cada cual según usanza,
con escofia, gorguera y veste nueva.
No se habla palabra ni mudanza
de hablar se hará en toda la fiesta
o la que está sentada o la que danza.
Si alguno les pregunta, a la propuesta
responden de cabeza, sonriendo,
y no se espera ver otra respuesta.
Un baile acaba y otro va siguiendo,
no mudarán propósito o manera
más de la que al principio iban tiniendo.
Los galanes vestidos que cualquiera
por el traje dirá ser escolares
y a éste llaman a la forastera.
Traídos a la mesa los manjares
aquel está mejor que viene antes
y no curan de asientos o lugares.
Sírvense de barberos por trinchantes,
que teniendo la carne por el puño
la pican con cuchillos muy tajantes.
Otros hay que la cortan de rascuño,
otros la despedazan arrastrando
y todos los bocados por un cuño.
La gente que a la tabla está mirando
nunca Jerjes en Grecia trajo tanta
y ellas comer sentadas y callando.
Éste se sienta y éste se levanta,
éste gana el mirar por ocasiones,
éste alarga, éste tuerce la garganta.
Ni hay más cortesía, ni razones
sino amparar las damas de la guerra
que se les hace a voces y a empujones.
A la fin el servir todo se encierra
en darles a la cena un mondadientes,
una gruesa y gentil turma de tierra,
los mayores amigos y parientes.
2019-09-29T13:16:28+00:00

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