Hay una, quien quisiere saber de ella

Epístola

Hay una, quien quisiere saber de ella
oiga que Dipsas dicen que se llama,
es vieja, que holgaréis de conocella.
De los lazos y telas que ata y trama
le vino el nombre, que tan bien le viene,
de alcahueta y hechicera fama.
Gran mano el sacro Baco en ella tiene:
jamás vio sol que no se hallase llena
del falerno licor que la entretiene.
Parece que no tiene sangre en vena,
vieja, arrugada, sucia, fiera y fea,
que su mismo semblante la condena.
Sabe todas las artes de Medea,
las hierbas y las piedras más patentes,
y sabe cada cual lo que desea.
Volver hace a sus fuentes las corrientes,
hace el cielo sereno estar nublado
y al nublado con rayos refulgentes.
Yo vi, si me creéis, el estrellado
cielo gotas de sangre distilando
y el orbe de la luna ensangrentado.
Pienso que ésta de noche anda volando
entre nocturnas sombras, bruja hecha,
con pluma el viejo cuerpo cobijando.
Es fama, y antes tuve yo sospecha,
que goza  de doblada vista el ojo
de la putana vieja contrahecha.
Nadie la puede ver que no haya enojo,
tal es su sucio gesto y mal semblante,
que parece diabólico despojo.
Hiende la fría tierra en un instante
y provoca las almas del infierno,
do furia no hay en ella semejante.
No se les escapa niña o niño tierno
cuya sangre no chupe, mengüe o beba,
trayendo el diablo siempre en su gobierno.
A do quiera que va contino lleva
el cuello de un rosario rodeado
con que a las simplecillas mozas ceba.
A dicha o a desdicha fui llegado
a parte do su mal consejo daba
a quien de hermosas damas es dechado.
Tales palabras la malvada hablaba
a la presente bella que tenía;
yo, detrás de una puerta, la escuchaba:
“Bien sabes, clara luz del alma mía,
que ayer te vio y habló aquel bel mancebo
y dijo que eras toda su alegría,
mas ¡tal es tu hermosura, tal el cebo,
que tu vista derrama! ¡Si tuvieras
que tu vista derrama! ¡Si tuvieras
tan dichosa pluguiera a Dios que fueras
como eres más hermosa que ninguna,
que yo sé que quizá me socorrieras!
Mas fuete muy contraria la Fortuna
con la estrella de Marte; pero mira
que coyuntura viene ahora oportuna:
un nuevo y rico amante que sospira
por agradarte y muere por servirte,
y lo que has menester todo lo mira.
De su beldad no quiero yo decirte
más de que me parece que debrías
pedirle sin del todo a él rendirte.
Si fingieses vergüenza, medrarías,
pero si la tuvieses verdadera,
mucha ganancia sé que perderías.
Cuando con ojos bajos, a manera
de quien está confusa, lo mirares,
has de mirar allí qué trae cualquiera.
Rogada tomarás lo que tomares
y oculta – cual las diestras ocultraon –
nuestras necesidades y pesares.
Las rústicas sabinas recusaron,
reinando Tacio, amar más de un marido
y como en otras cosas, no acertaron.
Agora es otro tiempo ya venido,
con leyes más conformes a la vida
que nos dicen del otro que es ya ido.
Casta es la hembra nunca requerida
y, si simplicidad no la vedase,
mejor sería pedir que ser pedida.
Resbálase la edad, el tiempo vase,
días, meses y años van corriendo:
aprieta la ocasión, no se te pase.
Ves el metal usado reluciendo,
el vestido que se usa está siguro,
la casa no habitada va cayendo;
pues de la misma suerte, yo te juro,
la belleza se pierde no tratada
y si se trata no, yo lo asiguro.
Mas para ser de rugas conservada,
no basta uno ni dos ni cuatro amantes
a quien por precio seas entregada;
si tú quieres creerme, trata antes
a muchos admitir, porque de tantos
son las ganancias ciertas e importantes.
Procura repelar a tantos cuantos
cayeren en tus manos, de tal suerte
que guardes no les des causa de espantos.
A uno di: “Señor, está a la muerte
mi madre. Por su vida que me envíe
algo con que se vuelva recia y fuerte”.
La razón, tiempo y la ocasión te guíe:
no te prendas de rimas y sonetos;
en dineros es bien cualquier se fíe.
Mira que si tu amante con tercetos
pretende hacerte pago, vaya fuera
o traya fundamentos más perfectos.
Así hacerte rica yo pudiera
con escudos, que es cosa que más quiero,
y no con coplas de sutil manera.
Quien tuviere será mayor que Homero,
y, aquel que más trajere, si eres cuerda,
en gozar del amor será el primero.
Avísote vergüenza no te muerda
si fueres frecuentada o recuestada,
sino admite al que trae sin ser lerda.
No te engañe el amante que, mostrada
la tarja del blasón de sus abuelos,
te quisiere gozar sin darte nada:
si acá abajase Apolo de los cielos
y pretendiese haberte y no te diese,
dirasle que se vaya, porque duelos…
Si alguno, siendo hermoso, te dijese:
“Amadme, pues que soy de bel figura”,
cuerdo sería quien de ello se riese.
Mientras tiendes las redes, ten blandura;
has de adquirir el precio, no te huya
algún amante viendo que eres dura.
Sienta el enamorado que eres suya,
mas mira que de balde no le (sic) sienta:
pide que el corazón te restituya.
Mira que todas veces no consienta
tu voluntad pidiéndote posada:
fíngete mal dispuesta o descontenta;
dirás que estás agora confesada,
otras veces dirás que por los males
suplicas que te dé por excusada;
mas mira que quizá podrían ser tales
y tantas despedidas, que sería
menguarla en el amor y sus señales.
Dirasle luego: “Calla, vida mía,
que en no verte me falta mi contento
y mi placer y gloria y alegría”.
Tu puerta al que rogare en un momento
esté sorda y abierta al que trajere,
que todo lo demás es sombra y viento.
Quien contigo esta noche conviniere
dormir, conviene que oya y vea sin quejas
del que después de él otro entrar quisiere.
No entienda que por él a otro dejas,
y si por dicha en algo le ofendieres
conviene de él entienda que te quejas.
Hazle entender que solo por él mueres,
pídele celos que es muy gran indicio
de amor, y a mí la culpa si perdieres.
De enorjarte no tengas ejercicio
y, si lo hicieres, dura poco en ello,
que largo enojo saca a amor de quicio.
Si engañares a alguno que entendello
él pudo fácilmente, tú le jura
que no tienes de culpa ni un cabello.
No temas perjurar que no es perjura
ninguna enamorada perjurando;
desculpar de su culpa se procura:
los oídos está Venus cerrando
a todos los del Sacro y Alto Coro
cuando un amante está acá perjurando.
Ten este aviso en más que plata y oro:
que tengas los criados enseñados
en demostrar que hay falta a tu decoro.
Di tú: “No es menester, desvergonzados;
callá, que quien me da su amor no quiero
me dé otros atavíos más preciados”,
Que si él es liberal y da dinero,
yo prometo acuda prestamente
por presumir y hacer del caballero.
Hermana, madre e hija diligente,
cualquiera esté en pedir y tú muy tibia,
y verás el provecho presto prestamente.
Cuando sientas que en él amor se entibia,
acude con remedios, porque crea
que con tu amor su mal y pena alivia.
Y trata con tu amante no se vea
sin otro que compita en los amores,
que el amador seguro no desea.
Vea dones que te envían amadores,
a quien por él verá tienes en nada,
que yo te digo él los dé mejores.
Y si su bolsa fuere tan clavada
que no te diere don que les exceda,
váyase a pasear sin darle entrada.
Y si te ha dado mucho, lo que queda
le sacarás con otras invenciones
sin que negarte parte de ello pueda.
Pídele que te empreste diez doblones
o más y ofrece prenda, porque crea
que es ello así verdad lo que compones.
Después la paga del prestado sea
dulces requiebros, hablas enmeladas,
dos mil favores que a los ojos vea.
Si tuvieres mis reglas estudiadas
yo sé te acordarás de aquesta vieja
y de aquestas mejillas arrugadas.
Si alguna aguja dieres, saca reja,
y a los que en esas uñas te cayeren
desplúmalos riendo y despelleja.
Sé que me alabarán los que me oyeren
los consejos tan sanos que te he dado
y se aprovecharán las que supieren.
Hija, ten de lo dicho gran cuidado
y acuérdate de mí cuando estuvieres
en más dichoso y más próspero estado”.
Notaba yo la astucia de mujeres,
que un punto más que el diablo diz que saben
y su saber con todos sus poderes.
Decía: “Tus maldades, ¿dónde caben,
vieja astuta, malina más que entena,
digna que a ti y no a la madre alaben?”
Pasábase la noche y tuve pena,
porque me descubrió la sombra mía
que la conversación tenía por buena.
Apenas en mis pies poder tenía
mi cuerpo, porque, habiendo visto aquello,
quería tomar venganza y ya quería
arremeter a su arrugado cuello
y dalle muchas coces y pelalla
su blanco y deshonesto y vil cabello.
Mas no pude, señores, castigalla
como ella merecía y yo quisiera,
mas yo procuraré poder cazalla.
A Dios, por quien Él es, suplico quiera
que vivas desterrada y sin gobierno,
sufriendo suma hambre y gran dentera,
perpetua sed y duelo sempiterno.
2017-09-29T00:00:00+00:00

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