Consejos de Don Diego
Hijo mío, no te engañes, seme exento;
y ya que quieras bien, no te me enlaces.
Sé, si pudieras, de seiscientas haces;
ten amores, no amor, que es aspaviento;
a esta dama y a aquella da contento, 5
no te rindas, que es cosa de rapaces.
Si alguno te dijere que mal haces,
atapa tus orejas, y hablen ciento.
Créeme, que no hay placer que se le iguale
al sabor de almagrar y echar a extremo; 10
aunque cueste la burla, bien lo vale
andar en alta mar a vela y remo,
a pie enjuto, pescando cuanto sale
sin tener que decir temo o no temo.
Seme un Polifemo 15
en llamar a mandinga Galatea,
hermosa fénix a la que es más fea.
En ciento te me emplea;
empréstales un rato tus alhajas
(todas son unas en las partes bajas), 20
no se te dé dos pajas;
acomete, que no es Virginia viva,
la que este mundo ultraja por esquiva;
y a la que vieres diva
en su altiveza, síguela la traza 25
que es fiera que cualquier mastín la caza;
y en ciento te embaraza,
y ten en una puesto el pensamiento,
y acude allí y luego ve a otro puesto,
que el mundo se hace desto, 30
uno de los negocios que sufren el martelo
que para bestias no les falta un pelo.
Y porque temo
que has de hacer de tu hacienda malbarato,
gástala con recato, 35
y haz a todas un plato
y un millón de millones de promesas,
y entra con un sencillo y dos represas.
Don Diego ejerce aquí de praeceptor amoris, en una línea que excede todos los límites de lo hoy (y aun ayer) “politicamente correcto”. Pero en sus consejos hay la menos dos versos que se han resistido a quienes se han enfrentado a su lectura. Me refiero, concretamente, a los versos 9 y 10, donde se habla del “placer de almagrar”. El color rojo del almagre, muy usado en teatro para simular la sangre, pone en relación estos versos con la acción de devirginare. Exactamente, le dice, no hay placer alguno como el desvirgar y, a continuación, deshacerte de la víctima.