Madre, que me muero,
llamadme al barbero.
Que me muero, madre;
¡barbero y comadre!
Cuéntese mi pena
y mi mal siniestro
a un barbero diestro
que me dé en la vena,
que yo estaré buena
si él es buen acertero.
Madre, que me muero,
llamadme al barbero.
Mi mal terná medio,
y aun después de muerta,
si el barbero acierta
la vena del medio;
y pues no hay remedio
que mejor me cuadre,
que me muero, madre;
¡barbero y comadre!
Sángrenme a mí, cuitada,
que es mi mal muy fuerte.
Será dulce muerte,
si muero sangrada
de una lancetada
donde yo me la quiero.
Madre, que me muero,
llamadme al barbero.
Tengo opilaciones
en hígado y bazo,
y un grande embarazo
en estos riñones,
y con vacuaciones
mejorar yo espero.
Madre, que me muero,
llamadme al barbero.
Dícenme que el ocio
tiene de matarme,
y que con sangrarme
mi salud negocio,
que es muy buen socrocio
para mal de madre.
Que me muero, madre,
¡barbero y comadre!
Que me sangren, digo;
y aunque sean penosas
échenme ventosas
debajo el ombligo,
que a sanar me obligo
deste mal tan fiero.
Madre, que me muero,
llamadme al barbero.
SOCROCIO, según el Diccionario de Autoridades, “Metaphoricamente vale [por] delectacion, complacencia, ò refocilacion del ánimo, que se solicíta, ò se percibe de alguna especie”.
En esta clave, la penúltima estrofa es casi un calco unos versos bien conocidos de La gatomaquia, de Lope:
Que alguna vez el ocio
No siempre has de atender a Marte airado,
desde su tierna edad ejercitado,
vestido de diamante,
coronado de plumas arrogante:
que alguna vez el ocio
es de las almas cordial socrocio,
y Venus en la paz, como Santelmo,
con manos de marfil le quita el yelmo.
Por otro lado, y relacionado con el “mal de madre” que sufre la muchacha, resultan curiosos los remedios de la medicina de la época, autorizados por Galeno: “Los ‘compañoncillos’ [del raposo] tienen las damas por gran remedio para el mal de madre poniéndolos encima del vientre”.