Preciábase una dama de parlera,
y mucho más de grande apodadora,
y encontrando un galán así a deshora,
sin conocerle ni saber quién era,
le dijo, en ver su talle y su manera:
Parecéis a San Pedro, y a la hora
riyóse muy de gana la señora,
como si al propio aquel apodo fuera.
Volvió el galán y vio que no era fea
y, en aquel punto que allí se ve quien sabe,
le respondió con un gentil aviso:
Mi reina, aunque san Pedro yo no sea,
a lo menos aquí traigo la llave
con que le podré abrir su paraíso.
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