Hija, mira mi vejez

Hija, mira mi vejez
y tu linda perficción,
deja este mundo suez,
que eres niña y con niñez
no te busque perdición;
mirando las tales cosas
que la razón te declara,
pues vienes de generosas.
Esa guirnalda de rosas,
hija, ¿quién te la endonara?

La hija:
Con humilde acatamiento
que a madre debo tener,
sin poner empedimiento,
os diré mi pensamiento,
que amor me puso a querer;
digos, madre, muy de vero
que Cupido me forzara,
en verdad decir vos quiero:
Donomela un caballero
que por mi puerta pasara.

Yo me estando descuidada,
sin pensamiento de amar,
con una noble embajada
de recuesta enamorada
me empezó de recuestar;
de que lo vi tan humano,
su querer mi fe ligara
con semblante soberano
Tomara me por la mano
a su casa me llevara.

Sacome por colación
conservas y confitura,
mazapanes, diacitrón,
que me alegró el corazón
de ver su linda mesura;
madre, en verdad os juro,
así goce de mi cara,
que mentiros no procuro:
En un portalejo escuro
comigo se deleitara.

Yo no supe que hacerme
desque lo vi denodado,
empecé de retraerme
y con él a defenderme,
porque me era así forzado;
con promesas engañosas,
yo triste toda turbada,
con palabras amorosas
Echo me en cama de rosas,
en la cual nunca fui echada.

Con semblante aborrescido
me despojó sin mesura;
desque me hobo así vencido,
los deleites de Cupido
obramos según natura
tanto cuanto él de mi quiso;
me dejó tan mal tractada,
perdonad me si deslizo:
Hizo me, no se que hizo,
que del vengo enamorada.

Ya podréis, madre, sentir
lo que puede allí pasar,
no os lo sabré más decir,
que me pensé de morir
al tiempo del encontrar;
maltratome de tal guisa,
tirome tal estocada,
ay, que me fino de risa.
Traigo, madre, la camisa
de sangre toda manchada.

La madre:
En mal punto me naciste,
hija, y en tal te parí,
¡qué malas nuevas me diste!
Di, hija, ¿por qué quesiste
dar mal ejemplo de ti?
¡Oh, qué mal tan doloroso!
¿Qué haré, vieja cuitada?
¡Oh, senitud sin reposo!
¡Oh, sobresalto rabioso,
qué mi ánima es turbada!

No sé triste que haré
con pena tan dolorida,
desdichada, ¿dónde iré?
No sé que modo terne
para mi fraguosa vida.
¡Qué gran dolor me cobija!
¡Ay, hija desventurada!
¡Oh, dolor, que así me lija!
Si dices verdad, mi hija,
tu honra no vale nada.

Si tú primero miraras
los tristes inconvenientes,
en tal yerro no tocaras,
porque cierto te guardaras
del maldecir de las gentes.
Oh, que gran inconveniente,
triste hija difamada,
mal dolor y rabia t[e] entre,
Que la gente es maldiciente,
luego serás deshonrada.

Responde la hija
Responderos soberbiosa,
madre mía, no me es dado,
sino seros humildosa,
a toda cualquiera cosa
obedeceros de grado;
amor y sus falsas redes
me tiene, madre, ligada,
pues vos nada perderedes.
Calledes, madre, calledes,
calléis, madre muy amada.

Si yo fuese la primera
de todas las que han errado,
reinas y de gran manera,
por París dicen que fuera
Elena en perder su estado.
Mirad, madre, lo que digo,
aun que me halléis culpada,
ya todo el mundo es testigo
que más vale un buen amigo
que no ser malmaridada.

Y Dido, según leemos,
por Eneas fue perdida;
Dianira sus extremos,
Medea también sabemos
que Jasón dejó escarnida;
Aun que mas ventura ladré
no me hallará mudada,
por los huesos de mi padre.
Dame el buen amigo, madre,
buen mantillo y buena saya.

Bien veo que Dios mandó
el matrimonio ordenar,
más a la que mal casó,
gran dolor le cobijó,
mas que pudo demandar;
que en este mundo afligido
no hay gloria bien acabada;
es un dudoso partido
la que cobra mal marido,
vive malaventurada.

La madre concluye:
Las ansias del corazón
me ponen cruel fatiga,
de ver tu gran perdición
crece y dobla mi pasión,
que no sé, triste, que diga.
Lo mejor es desde aquí
no vivir apasionada,
por el cuidado de ti.
Hija, pues quieres así,
tú contenta, yo pagada.

2019-12-08T21:01:37+00:00

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