Pues os preciáis, señor, de amigo mío,

PREGUNTA A UN AMIGO,
[DE FRAY MELCHOR DE LA SERNA]

Pues os preciáis, señor, de amigo mío,
no será desvarío
pediros lo que os pido,
que con su amigo nayde es atrevido.
Ruégo[o]s me declaréis en vuestra [e]scientia
cierto cargo que tengo de conciencia.

Andándome fingiendo enamorado,
el pecho traspasado
de Amor y de sus flechas,
salieron muy de veras las sospechas
porque, metido en este pensamiento,
di lugar al amor y su tormento.

Pensando de burlar quedé burlado,
y halléme enamorado
de la que en mi memoria
ahora me da pena, ahora gloria;
la cual es una dama tan hermosa
que nunca [e]spero ver tan bella cosa.

Podrá bien escoger el que pintaré
lo que le contentaré,
y hacer de muchas bellas
una que pueda ser la suma dellas
mas no me dará una como aquesta:
viva, bella, hermosa, sabia, honesta.

Sólo un defecto siento en mi deseo,
ques ver que lo que veo
es belleza tan bella
que me veda esperar de merecella;
y con tal pensamiento no sosiego,
que no hay sosiego donde reina el fuego.

Diciendo la verdad, con vos hablando,
mucho tiempo ha que ando
serviendo aquesta dama,
y la he topado a solas en su cama.
Mas por no la haber dicho mi tormento,
dejé de conseguir tanto contento.

Comencé a descubrille mi porfía
y lo que no entendía
por términos bien vanos,
pues me empachaba en le besar las manos
que con cierto descuido ella me daba
y luego, con desdén, me las quitaba.

Al fin quiso ventura que ya hallase
cómo me declarase,
y fue que cierto día
un abrazo le di con osadía.
Y como no me dijo no hagáis eso,
procuré de mostrarme más travieso.

Junté luego mi rostro temeroso
con el suyo gracioso,
y ella, disimulando,
el suyo delicado fue apartando.
Mas no tan presto se me apartó ella
que no le diese paz sin yo tenella.

Gozaba de su vista cada día,
creciendo en mi porfía,
y fue tan grande el fuego
que eché todo mi resto en aquel juego.
Y ansí quedé por ella tan perdido
sin seso, libertad y sin sentido.

Un cordón que le di fue la cadena
que hizo el alma agena,
de cuyo ser solía,
y ansí se llama suya más que mia.
Roguele muchas veces que llevase
el cuerpo, o que mi alma me dejase.

Dice que sola el alma le contenta,
del cuerpo no hace cuenta,
y ansí me le ha dejado
al triste cuerpo sólo y desarmado.
Decíale mil veces me volviese
mi alma, o que mi cuerpo se vestiese.

Echándome los brazos respondía:
“Tomad ahora alegría,
dejaos desas pasiones,
que bien entiendo vuestras pretensiones.
De aquesta boca haced a vuestro grado;
las manos no pongáis en lo vedado” .

Yo la respondía: “Luego, mi señora,
muera luego a la hora,
si me descomidiere
más de lo que por ti se permitiere.
Mas, mira, no me notes de cobarde,
si dejo la ocasión para más tarde”.

Esto diciendo eché de cierta arte
las manos a la parte
que se dice vedada.
Y ella luego las suyas, enojada
diciendo: “No tratéis eso conmigo,
que os aborreceré como a enemigo”.

Yo respondí con suso: “Pues no sea;
que mi alma no desea
salir de su tormento
a costa de causaros descontento;
mas no querría perder tal coyuntura,
pues hay aquí lugar, tiempo y ventura”.

Si me puedo atrever a lo que resta
con dama tan honesta,
a suspender el hecho
hasta sentir en ella blando el pecho.
Y si es bien porfiar, si lugar diere,
o dejallo si acaso no quisiere.

El caso es preguntar quién ha llegado
a lo significado
en actos exteriores,
¿qué resta de gozar de los amores,
y si el que lo dejó para más tarde
podrá ser acusado de cobarde?

Respuesta

Aunque no soy Amor, Baco, ni Apolo,
ni he visto de Eolo
cavernoso asiento,
ni quiero poner culpa a vuestro intento,
porque en la duda que está propuesta
puedo dar el oráculo y respuesta.

Aunque no soy muy sabio, la experiencia
que tengo d[e] esta ciencia
me descubre las tramas,
melindres y ar[r]umacos de las damas
el no quiero, sí quiero, y los desvíos
de los traidores ojos, pechos fríos.

Aquel querer huir y estarse queda,
y aquel fingirse leda
de que no la vencieron,
sus dientes, espantados, se metieron;
un no formado, un no tan a despecho
de lo questaba allá dentro en el pecho.

Harto me tienen ya de sus mentiras,
de sus ligeras iras,
de su braba malicia,
de su insaciable y bárbara codicia;
ansí que bien podré ser consultado,
como médico bien acuchillado.

Decís que amor de burlas comenzastes
y cuando no os catastes
juntó las empulgueras
de las burlas Amor haciendo verás
ahí verés que son rapaces,
pues tan presto derraman sus solaces.

Mas con mujer en burlas tantos días,
si no es Hieremías,
por Dios, que de ordinario
vemos hacerse un hombre un Santilario:
que cantarillo usado a ir a la fuente,
hora vuelve sin asa, ora sin frente.

Mas ya que tropeyastes, y en la cama
hallastes a esa dama,
decid, babalaysón,
¿por qué no echastéis mano a la ocasión?
¿No veis que aunque ellas dicen que no quieren,
lo que no quieren es lo que quieren?

Quien el sí de la dama está sperando
morirá deseando;
aun allá las casadas
dicen el marido el sí a pulgaradas
si no a de ser el sí vuestro y respecto
no curar de ninguna hasta el efecto.

Mas ya decís que un poco os atrevistes
y una mano metistes
para tomarla el pulso:
¡0h, que atrevimiento tan insulso!
Para triunfar de amor y quedar ledo,
nunca metáis la mano, sino el dedo.

Preguntáisme que haréis para benyella,
pues ya consiente ella
las manos y la boca,
excepto aquello que en lo vivo toca;
usalda vos a eso y veréis luego
cómo viene a quemar la esto[pa] el fuego.

Ovidio no consiente dar un beso
sin que luego tras eso
se pase a lo que resta.
Mas bien es haya un poco de recuesta
con tal que mayor goyo y alegría
no se quede jamás para otro día.

Ansí que mi consejo va cifrado
en que s[e]áis osado
para ser venturoso,
que la Fortuna ayuda al animoso.
Y no hay cosa que enfade así a la dama
como el hombre cobarde y en la cama.

Finis

2019-10-29T22:04:47+00:00

Un comentario

  1. Javier Blasco 1 junio, 2019 en 12:45 am - Responder

    Una versión de estas Pregunta y respuesta se encuentran también en el Códice 961 de la Biblioteca Real de Palacio fols. 57v-60v.

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