Señor compadre, el vulgo de invidioso

La pulga (epístola)

Señor compadre, el vulgo de invidioso
dice que Ovidio escribe una elegía
de la pulga, animal tan enojoso.

Y mienten, que no fue ni es sino mía;
notada de invención, mas traducida
de cierta veneciana fantasía.

Y mutatis mutandis añadida;
porque la traducción muy limitada
suele ser enfadosa y desabrida.

¡Oh pulga esquiva, fiera y porfiada,
enemiga de damas delicadas!
Tú que puedes saltar cuanto te agrada.

¡Quién tuviese palabras tan limadas
bastantes a decir de tus maldades
fierezas memorables señaladas!

Tú haces pruebas grandes….
Y aun creo que tú sola entre animales
sabes más que la mona de ruindades.

Haces atrevimientos, ¡y qué tales!,
dejas amancillada una persona
que parecen de lepra las señales.

Por ti el más cuerdo, en fin, se desentona;
vives de humana sangre y siempre quieres
comer a misa, a vísperas y a nona.

Entre nosotros vas y eres quien eres,
siempre a nuestro pesar y no hay ninguno
que se pueda guardar cuando le hieres.

No sabemes de ti lugar alguno;
ni eres fraile ni abad ni monacillo.
ni hembra ni varón ni apenas uno.

Eres una monada, eres coquillo,
eres un punto negro, y haces cosas
que no osaran hacer en Peralvillo.

Das tenazadas ásperas, rabiosas,
al rey, como al pastor, al pobre, al rico,
y al principe mayor enojar osas.

Picas, no sé con qué, que todo es chico:
¡dejárasnos al menos en picando,
como deja el abeja el cabo y pico!

Está el hombre durmiendo, está velando,
tú sin temor y sin vergüenza alguna
lo estás con tus picadas molestando.

El simplecillo niño está en la cuna,
la delicada monja allá en el coro
y a todos tratas sin piedad alguna.

No tienes reino, cetro ni tesoro;
mas hartaste de sangre de cristianos
que no lo hace un perro, un turco, un moro,

Ni se rien de ti los cortesanos
mostrando el pecho abierto entre las damas,
los hígados ardiendo y los livianos.

Pues tú malvada en medio de sus llamas
los haces renegar y retorcerse,
pudiéndolos tomar allá en sus camas.

¿Hay hazaña mayor que pueda verse
que el ver al más galán, si tú le cargas.
perdiendo gravedad, descomponerse?

Traidora, si te agradan faldas largas,
¿por qué dejas los frailes religiosos?,
¿por qué no los molestas y te largas?

Que sus bocados son los más sabrosos:
allí me las deu todas; tus denuedos
allí pueden hacer tiros dañosos.

Si por tomarte van los hombres quedos,
cuando piensan que estás dentro en la mano,
con un salto te vas de entre los dedos.

El que piensa engañarte es muy liviano,
porque vuelas sin alas más ligera
que pensamiento de algún hombre vano.

Una razón, una palabra entera
sueles interrumpir, mientras durmiendo
te muestras insolente, airada y fiera.

¡Ay pulga! A lo alanos le encomiendo;
y aun esto que a decir de ti me resta,
a bocados me vas interrumpiendo.

Pues no os he dicho nada de la fiesta
que pasa, si se os entra en una oreja;
allí es el renegar, mas poco presta.

Allí va susurrando como abeja,
meteos en el celebro una tormenta
cual debéis ya saber, que es cosa vieja.

Mas entremos, ¡oh pulga!, en otra cuenta.
Y no te maravilles si me ensaño,
que no es mucho que el hombre se resienta.

Dime, falsa, cruel, llena de engaño
¿cómo osas, tú, llegar a aquil hermoso
cuerpo de mi señora a hacer daño?

Mientras el sueño le da dulce reposo,
presuntuosa, tú, le estás mordiendo,
o vas por do pensallo apenas oso.

¡Qué libremente estás gozando y viendo
aquellos bellos miembros delicados,
y por do nadie fue, vas discurriendo!

La cuitada se tuerce a tus bocados;
mas tú, que vas sin calcis y sin bragas,
entras do no entrarán los más osados.

No puede haber maldad que, tú, no hagas:
pero eres pulga, y sea lo que fuere,
¡de cual envidia el corazón me llagas!

Parezca mala aquel que paresciere.
Yo quisiera ser pulga, y que con esto
me tornase a mí ser cuando quisiere.

Porque en aquella forma no era honesta
ni pudiera agradar a mi señora
ni a mí, y me quedara hecho un cesto.

Lo que fuera de mí contemplo agora;
y siento de dulzura deshacerme,
y aun tal parte hay en mí que se mejora.

Lo primero sería luego asconderme
debajo de sus ropas, y en tal parte
que rae[r] sintiese, y no pudiese verme.

Allí me estaría quedo y, con gran arte,
miraría aquel cuerpo delicado,
que de rosas y nieves se reparte.

¡Qué tal estaría yo disimulado,
gozando agora el cuello, agora el pecho,
andando sin temor por lo vedado!

Un sátiro, un priapo, estoy ya hecho
pensando en aquel bien que gozaría,
viendo que ya dormida se iba al lecho.

¡Cuán libremente, qué a placer vería
todas aquellas partes, que pensando
me enderezan allá la fantasía!

Pero quien tanto bien fuese mirando,
¿cómo podría estar secreto y quedo,
que aun agora sin serlo estoy saltando?

Mas pusiérame seso al fin el miedo,
y hasta que saliesen las criadas,
que aun esperar pensándolo no puedo.

En sintiendo las puertas bien cerradas,
dejando aquella forma odiosa y fiera,
siguiera del amor otras pisadas.

Tornárame luego hombro, y no cualquiera,
mas un mozo hermoso y bien dispuesto,
robusto dentro, muy galán de fuera.

Llegara muy humilde ante ella puesto,
la boca seca, la color perdida,
ojos llorosos, alterado el gesto.

Dijérale: «¡Mi alma, entrañas, vida!,
yo rae rauer, por vos, más ha de cuanto,
no dejemos pasar esta venida».

Pero por no causar algún espanto,
antes que la hablara alguna cosa,
escupiera o tosiera allí entre tanto.

Ella, más atrevida y maliciosa
que mula de alquiler, entendería
por las señas y el texto por la glosa.

Allí era el desparlar la parlería,
y el afirmar con treinta juramentos
que era todo verdad cuanto diría.

Pintárale mayores mis tormentos
que la torre que el asno de Nembrot
comenzó con tan vanos fundamentos.

No la hablara con furor y al trote,
antes grave, piadoso y afligido,
porque no me tuviera por virote.

Dijérale: «Señora, yo he venido
aquí; solos estamos, sin que alguno
lo vea, ni jamás será sabido.

Yo soy mozo, y vos moza. No hay ninguno
que nos pueda estorbar que nos holguemos;
el tiempo y el lugar es oportuno”.

Mostrará gran pasión; hiciera extremos
suspiros, pasmos, lágrimas, cosillas
con que suelen vencerse como vemos.

Si la viera sufrir tales cosquillas
y callando mostrar que lo otorgaba,
allí fuera el hacer las maravillas.

Mas si airada la viera y que gritaba,
tornándome a ser pulga en un momento
del peligro mayor me aseguraba.

Allí fuera de ver su desalijito,
cuando llegara gente a socorreIla,
quedarse amostecida y sin aliento.

Mas siendo como es, tan sabia ella.
antes quiero creer que tan segura
ocasión no quisiera así perdella.

Que no es honestidad, sino locura,
no gozar hembra el bien que está en la mano
sin poner vida y honra en aventura.

Pero yo os voto a Dios, compadre hermano,
que si la mía señora no callara,
que no fuera el dar voces lo más sano.

Porque ya podéis ver si recelara
tornándome a hacer pulga, y si pudiera
asentalle diez higas en la cara.

Siendo pulga debajo me metiera
de la ropa y, como un bravo y fiero
león, toda a bocados la comiera.

Entrárale en la oreja lo primero,
hiciérala rabiar, y por nonada
entrara en parte… Ya en pensarlo muero.

Tuviérala despierta y desvelada,
y apenas hay en ella alguna cosa
donde no le asentara una picada.

Y ella que es tan soberbia y enojosa.
mal sufrida, colérica, impaciente.
fuera harto de verla así rabiosa.

Viendo que tuvo la ocasión presente,
no habiendo de dormir para holgarse,
y que asi la perdió súbitamente.

¡Qué hiciera de torcerse y de quejarse!
¿Pues quizá dejaría de picalla?
Ni por vella llorar ni lamentarse.

¿Hallarme por el rastro?, ¿ni esperalla
si viniera a tomarme? Era excusado:
yo sé bien cómo había de molestalla.

Mas, compadre, ¿no veis do me ha llevado
el cuento de la pulga?, ¿y lo que ofrece
un pensamiento a un triste enamorado?

Esta contemplación que así parece,
cual tesoro que el duende a veces muestra
o riquezas que en sueños aparece.

No penséis, pues, señor, por vida vuestra,
que estoy fuera de mí ni desvarío,
porque será opinión algo siniestra.

Pasime la corriente, y como el rio
sigo tras el correr que así me fuerza,
como quiere el perverso hado mío…

2019-12-06T12:20:33+00:00

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