Si en la necesidad en que me he visto
esta noche pasada, más me veo,
perdónenme los huesos de Siqueo
y el negro paño que por ellos visto:
ya Jarbas, a quien tanto ha que resisto,
tome la posta y corra su deseo,
que aunque venga gallardo y fuerte, creo
que será necesario dalle pisto.
Pues Natura aborrece lo vacío
¿por qué ha de padecer este defe[c]to,
que en las obras y el nombre lo parece?
Y, si en lengua vulgar se llama mío,
que lo suyo a su dueño esté sujeto
en justicia y razón se compadece.
Después de la muerte de su marido Siqueo, Dido, hermana del rey de Tiro, huyó a Africa donde fundó Cartago, en un territorio concedido por el rey Jarbas. Este la pretendió largo tiempo, amenazando atacarla y destruir a Cartago, pero Dido, después de resignarse a ese matrimonio, se suicidó apuñalándose. Esta es la versión primitiva de la leyenda a la que se refiere el autor del soneto haciendo donaire de la supuesta castidad de la reina de Cartago. De todos modos, Rojas Villadrando discute la versión virgiliana y la transforma así: “Dido, reina de Cartago, hija de Belo, rey de los tirios, mujer de Siqueo, sacerdote de Hércules; fue honestísima, porque habiéndole muerto Pigmaleón, su hermano, a su marido Siqueo, hombre riquísimo, por robarle sus tesoros, ella, que los tenía escondidos, los sacó una noche y huyendo, se fue a la Tingitania, provincia de África, donde edificó a Cartago, y se vino a matar por no consentir querer casarse con Hiarbas, rey de Getulia. Y ésta es su verdadera historia, porque la que cuenta Virgilio en el 1 y 4 de la Eneida es falsa y fabulosa” (El viaje entretenido, II, ed. Jacques Joset, Madrid, Espasa-Calpe, 1977, pág. 229. TAmbién Cervnates, en La Galatea, se hace eco de la “diferente / fama de la entereza y el trofeo / con que su honestidad guardó excelente” la reina Dido (ed. Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Alcalá de henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1994, pág. 217).
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