Si yo, señora mía, conociera,
antes que en vuestro lecho me acostara,
que vuestro escudo nunca desmayara,
mi lanza once mil hierros rompiera.
Mas no fue bien pasada una carrera,
cuando de mí volvistes vuestra cara,
lo cual no consintiera que pasara
si vuestro escudo al golpe no huyera.
No se dirá de mí ser ruin soldado,
pues ya en el campo entré como valiente,
de punta en blanco, todo bien armado.
Volviose mi enemigo hacia el poniente,
volvime yo al oriente, descuidado,
durmiéronse mis ojos, justamente.
Deja tu comentario