Sobre un desdichado lecho,
que el medio no se ocupaba,
una hermosa viuda triste
su malogrado lloraba.
Llora, pasados contentos,
la vida triste en que estaba,
y acuérdase de su oíslo
mirando la pobre cama.
Y como su delantera
desierta consideraba,
despierta, llora y en sueños
con sus lágrimas se baña.
Recordó y con un sospiro,
como mojada se halla,
perdida ya la esperanza,
dice con la voz turbada:
«Plegue a Dios, la delantera,
que de cien mil puñaladas
te sienta herir, porque sientas
qué siento cuando soñaba;
y que de gruesos cañones,
culebrinas y bombardas,
con balas de nueve en nueve
mil veces seas traspasada.
Que de mi ojo te aseguro
que no serás amparada,
pues te veo sin abrigo,
que en ti se desabrigaba.
Estás cubierta de moho,
delantera inhabitada,
por los cimientos caída,
de no tratarte asolada.
¿Dó está el consuelo que en ti
mil veces me consolaba,
el que viniendo furioso
cordero manso quedaba?».
Y en esto a la pobrecilla
la madre, tirana ingrata,
la comenzó a atormentar
de suerte que la ahogaba.
Renueva el llanto diciendo:
«¿Dó está el sueño que me curaba
y la mano en cuyo toque
mi vida y salud estaba,
mi remedio en mi pasión?
¡Mas, ay, loca questoy! ¿Falta?
Tiene mil Juanes el mundo
que tienen virtud tan alta,
a quien desde hoy encomiendo
la cura de aquesta llaga,
pues es necedad morirme
de vergonzosa o de casta”.
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