Soñando estaba una noche Artemidora
que atizaba su fuego don Cataldo,
hirvió el puchero, derramose el caldo,
y almidonose en balde la señora.
Sin que poden su parra gotas llora,
no dice a su querido amor: “Tomaldo,
para vos lo guardé, solemnizaldo,
y alzadme hasta los hombros la alcandora”.
Despertó hecha un lago de quajada;
corriose de gastar su zumo en vano,
y limpiando las barbas al mozuelo,
dijo: “Mal haya el diablo, que mojada
tenéis la complexión, señor fulano,
holguémollos de hoy más ya sin recelo”.
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