Temblando, desmayada y temerosa
al Laso sevillano se rendía
la que ya en los sabores parecía
más viva que una fuente bulliciosa.
Vuelve los ojos la marchita rosa,
que el azabache apenas descubría
la blanca faz mortal helada y fría,
falta de aliento en la lucha* ansiosa.
Quedó cual blanco cisne degollado,
las alas estendidas palpitando,
ya hecha dueña* la hermosa dama,
En brazos del cruel verdugo amado,
mirando el blanco cielo de la cama
en la sabrosa muerte* boqueando.
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