Ya las últimas reliquias
se acaban de tu belleza,
y entre los dorados lazos
plateadas hebras ondean;
ya la frente hermosa, altiva,
en vez de púrpura, muestra
aquel color de viola,
que a los amantes aleja;
ya los iris de amor, bellos
arcos de sus fuertes flechas,
no son arcos, ni son iris,
mas dos despreciadas cejas;
ya los soles, que prestaban
sus rayos a las estrellas,
truecan el bello esplendor
por las confusas tinieblas;
ya la aguileña nariz
por los dos lados abierta,
descubre que tu hermosura
huye, cual viento, ligera;
ya las rosadas mejillas,
y esos lirios y azucenas,
lejos de su alegre abril,
el triste invierno las hiela;
ya los rubís y corales,
y las orientales perlas,
entre dos marchitos labios
descubren dos negras cercas;
ya el hermoso cuello enhiesto
se humilla a la mano fiera
del robador poderoso,
contra quien no vale fuerza;
ya el bello y nevado pecho,
donde amor tantas saetas
despuntó, está levantado,
y sus dulces pomas secas;
ya las hermosas columnas
que el nido de amor sustentan
pierden el gallardo brío
y de cansadas flojean,
porque veas, Celia ingrata,
que tu desdén y belleza
estaba sujeto al tiempo,
pues no hay contra el tiempo fuerzas;
que a los castillos más altos
y a las más fuertes almenas,
con no más de un leve vuelo,
las rinde, abate y atierra,
y no hay hora que no robe
despojos a la belleza,
pues de la mayor memoria
ninguna memoria deja.
¡Cómo fueras venturosa,
si el adevinar tuvieras,
como tienes, Celia, el nombre
de aquella sabia Cumea,
pues supieras cuánto amor
castiga damas soberbias,
y hiciérate temerosa
la que se convirtió en piedra!
Mas para castigo tuyo
y venganza de mi ofensa,
no solo piedra te miro,
mas véote hecha tierra;
pues si el espejo te miras,
viendo que no eres lo que eras,
¡cómo fuí necia, dirás,
en no lograr mi belleza!
Que a los castillos más altos
y a las más fuertes almenas,
con no más de un leve vuelo.
las rinde, abate y atierra;
y no hay hora que no robe
despojos a la belleza,
pues de la mayor memoria
ninguna memoria deja.
¡Cómo fueras venturosa,
si el adevinar tuvieras,
como tienes, Celia, el nombre
de aquella sabia Cumea;
pues supieras cuánto amor
castiga damas soberbias,
y hiciérate temerosa
la que se convirtió en piedra!
Mas para castigo tuyo
y venganza de mi ofensa,
no solo piedra te miro,
mas véote hecha tierra;
pues si el espejo te miras,
viendo que no eres lo que eras,
¡cómo fui necia, dirás,
en no lograr mi belleza!
Ya las últimas reliquias
INFORMACIÓN
Autor/es: Góngora, Luis de,Jerónimo de Heredia,Quevedo, Francisco de
Forma métrica: Romance
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