Yo soy quien el/al amor más fácilmente

LOS GUSTOS DE AMOR
[DE FRAY MELCHOR DE LA SERNA]

Yo soy quien el amor más fácilmente
en su pecho consiente
agora venga armado,
agora de sus armas despojado,
no ha menester el arco ni la flecha
que ya le tengo yo la entrada hecha.

Tan hecho estoy [a] amar que ya podría
tener nueva osadía
en usurpar su oficio,
usando en competencia su ejercicio:
qu[e] el fuego que yo tengo es tan sobrado
qu[e] el mundo puede d[e] él ser abrasado.

En otros el amar es accidente,
cosa que fácilmente
se aparta del sujeto,
mas el mi pecho es de tal efecto
que ya se han convertido en mi substancia,
y ansí no siento en cosa repugnancia.

Todas las diferencias de aficiones
que en vanos corazones
pueden imaginarse
en mi pecho vinieron a juntarse.
Ninguna mujer hay que no me agrada,
sacando dos, la monja y la pintada.

Con estas dos ni trato ni converso,
por qu[e] es amor perverso:
la monja tiene cuyo,
que no consiente a nadie lo ques suyo.
Pues la pintada, claro está, qu[e] es cosa
sólo para los ojos provechosa.

A todas las demás, sin diferencia,
he dado la obediencia,
todas me dan contento,
en todas tengo y pongo el pensamiento;
no es más ver yo dama y no querella
que prohibir al fuego la centella.

Si la veo doncella me aficiona,
porque de su persona
espero, si la gozo,
sacar el mayor gusto y mayor gozo
que puede dar amor en breve rato,
hora sea caro, hora barato.

No menos me enamora la casada,
porque en verla guardada
del celoso marido,
de tal suerte aficiona mi sentido
cual suele aficionar la fruta ajena,
aunque sea la propia muy más buena.

De la viuda soy aficionado,
por ser aquel [e]stado
el que siente la dama
de tal suerte dormir sola en la cama,
que no sólo no pide a quien la quiere,
mas ella le dará cuanto tuviere.

También me da contento la soltera,
por ser en su manera
la que más le conviene,
a quien el ejercicio sostiene,
y porque sin recelo de tercero
entro en su casa y salgo cuando quiero.

En fin, ya no reparo en el [e]stado
ni menos he parado
en el color y talle,
pues suelen errar muchos en miralle,
porque no es todas veces lo encubierto
cual suele figurar lo descubierto.

Si es blanca la mujer doy en querella,
porque contemplo en ella,
sigún se me figura,
blancura cotejando con blancura:
los pechos y vientre y muslos torneados [sic]
en dulcísima leche están bañados.

También la que es morena me contenta,
porque me representa
que debe ser graciosa,
cuanto más que puede ser hermosa;
que no por ser morena pierde nada,
qu[e] en lo demás es bien proporcionada.

La dama que de suyo es colorada
también ésta me agrada,
par qu[e] es muy cierta cosa
que le sobra salud y está gozosa:
y vale más una hora [sólo] desta
que con otra tener ocho de fiesta.

Mas no por eso es aborrecida
la qu[e] es descolorida,
que hago esta cuenta:
que, si mi compañía le contenta,
en breve quedará tan colorada
cual suele el cielo con la revolada.

La que se afeita no me da disgusto,
antes de aquello gusto,
porque yo infiero desto
que quien con ejercicio tan molesto
procura parecer al hombre dama,
ningún trabajo sentirá en la cama.

Tampoco sin afeite me desplace,
antes me satisface,
que todos los primores
las gracias, los deseos, los amores,
los guardan para el tiempo más suave;
entonces, me descubre cuanto sabe.

La dama bien compuesta y aderezada
¡a cuál hombre no agrada!,
de suyo da contento
mayormente que vuela el pensamiento,
y por lo que de fuera [e]stoy mirando
[e]stoy lo que[e]stá dentro contemplando.

Pues si está descompuesta y a desgaire,
agrádame el donaire
del cabello revuelto,
parte torcido, parte preso y suelto.
Y en solamente de tal suerte bella
envuelto me imagino ya con ella.

De la qu[e] es vergonzosa me enamoro,
y aquel recelo adoro
con que me está mirando
que no le mire yo siempre aguardando.
Y digo yo entre rrú: “¡Ay, si yo fuese
con quien aquel temor ella perdiese!”

La que no es vergonzosa ni encogida,
antes es atrevida,
desenvuelta y afable,
es a mi condición tan agradable
que luego digo en vella que no hay duda
de lo que hará después qu[e] esté desnuda.

Si es áspera, cruel, desamorada,
no por eso me enfada,
antes yo tomo brío
y nunca de vencella desconfío,
porque cuando en sus brazos yo me vea,
diré: “Bien empleado todo sea”.

Si es amorosa, piérdome por ella,
no puedo no querella,
que amor amor produce,
y a mí viéndola tal se me trasluce
qué amores me dirá tan regalados
cuando los dos [e]stemos abrazados.

Si es triste y el rostro trae mohíno
a querella me inclino,
porque a mí me parece
que acaso el no gozarse la entristece,
y que si se gozase, mostraría
mayor que la tristeza la alegría.

Si es muy alegre, luego yo sospecho
que tiene satisfecho
el goloso deseo,
y como tan alegre yo la veo,
juzgo cuánto gustará la dama [sic]
de la sabrosa lucha de la cama.

Si es muy honesta, santa y recatada,
no se me da a mí nada,
que ya sé que mujeres
de suyo son amigas de placeres,
y que debajo desa [sa]ntería
se suele ejercitar la putería.

De la que [e]s deshonesta no m[e] espanto,
antes yo gusto tanto
que la llamo discreta,
y me parece bien que se entremeta
con los hombres, y en tanto que le dura
[la] edad florida, goce su hermosura.

Pues si la dama es alta y bien dispuesta,
mi conjutura es esta:
desnuda aquella dama,
¡qué hermosa vista tendrá en la cama,
cuando de largo a largo esté tendida
y yo la [e]sté tomando la medida!
También la que es pequeña me enamora,

porque me hago cuenta
que porque [e]s más menuda
debe de ser en la cama más aguda,
y que es como la puerta que anda en quicio,
aunque no haga igualdad, hace su oficio.

Si es gruesa gusto, porque tiene
lo que más le conviene
para aquel ejercicio
y carne a menester, pues es su oficio;
y porque es gusto echarse sobre blando,
sin que estén con los huesos lastimando.

Si es flaca, de la flaca me aficiono,
y aquello le perdono,
porque estando ligera,
juega de lomo[s], anca[s] y caderas,
y no hay mujer tan flaca ni delgada,
que deje de correr por ir cargada.

Si está preñada y pare muchas veces,
es comer pan y nueces,
porque es cosa llana
que entonces tiene ella muy más gana,
y el refrancillo viejo nos declara:
“Que la qu[e] está preñada, hasta que para”.

Si no pare, no para; no me pena,
que así tendrá más buena
ocasión de gozarse,
y no tendrá de nada que guardarse;
que sepan, sea casada, sea soltera,
si ejercita o no la delantera.

Si es muy niña y muchacha, es dulce cosa,
porque es como la rosa
que pocos la han tocado,
ahora lo tenga abierto, ahora cerrado:
siempre queremos más la fruta nueva.
aunque otro haya hecho ya la prueba.

Pues si es mujer en días algo entrada,
esta es la que me agrada,
porque en el dulce oficio
tiene tanta experiencia y ejercicio
que la sobra de edad muy bien se excusa
el arte y los primores que allí usa.

Al fin, si ella es mujer, sea como fuere,
que si ella no tuviere
tal fealdad que espante,
no puedo no querer lo de adelante,
porque como me voy allí derecho,
nunca reparo en rostro, cuello y pecho.

Concluyo, pues, con esto, porque alguno
no me note imp[o]rtuno,
que para dar placeres
fueron criadas todas las mujeres
hasta la negra, dicen boticarios,
que es buena para humores ordinarios.

Tomado del MP 1587.

 


 

 

Gustos de amor.

Yo soy quien al amor más fácilmente
en su pecho consiente,
agora venga armado,
agora de sus armas desarmado:
no ha menester conmigo arco ni flecha,
que ya me tengo yo la entrada hecha.

Tan hecho estoy a amar, que bien podría
tener nueva osadía
en usurpar su oficio,
usando en competencia su ejercicio;
que el fuego que yo tengo es tan sobrado
que el mundo puede ser por mí abrasado.

En otros el amor es accidente,
cosa que fácilmente
se aparta del sujeto;
mas en mi pecho es de tal ef[e]cto
que ya se ha convertido en mi instancia,
y así no tiene en cosa repugnancia.

Todas las diferencias de aficiones
que en varios corazones
pueden imaginarse,
en mi pecho vinieron a juntarse;
ninguna mujer hay que no me agrada
salvando dos, la monja y la pintada.

Con estas dos no trato ni converso,
porque es amor perverso.
La monja tiene cuyo,
que no consiente a nadie lo que es suyo:
pues la pintada, es cierta y clara cosa,
para solos los ojos deleitosa.

A todas las demás, sin diferencia,
lie dado la obediencia;
todas me dan contento,
en todas tengo y pongo el pensamiento;
no es más ver en dama y no querella
que prohibir al fuego la centella.

Si la veo deleitosa, me aficiona,
porque de su persona
espero, si la gozo,
sacar el mejor gusto, y mayor gozo
que puede dar amor en breve rato.
Ora se venda caro, ora barato.

No menos me enamora la casada,
porque en vella guardada
del celoso marido,
de tal suerte aficiona mi sentido;
que suele aficionar la fruta ajena,
aunque sea la propia muy más buena.

Y de la viuda soy aficionado,
por ser aquel estado
en que siente la dama,
de tal suerte dormir sola en la cama,
que no solo no pide al que la quiere,
mas ella le dará cuanto quisiere.

También me da contento la soltera
por ser en su manera
lo que más le conviene
a quien el ejercicio que ella tiene,
y porque, sin recelo de tercero,
entro y salgo en su casa cuando quiero.

En fin, yo no reparo en el estado
ni menos he parado,
en el color ni talle,
pues suelen errar muchos en miralle;
porque no es todas veces lo encubierto
cual suele figurar lo descubierlo.

Si es blanca la mujer, doy en querella,
porque contemplo en ella,
según se me figura,
blancura cotejada con blancura.
Los pechos, vientre y muslos torneados
en dulcísima… estar bañados.

La que es morena no me descontenta,
porque me representa
que debe ser graciosa,
cuanto más que bien puede ser hermosa;
que no por ser morena pierde nada
si, en lo demás, es bien proporcionada.

La dama que de suyo es colorada
también esta me agrada,
porque es muy cierta cosa
que le sobra salud y está golosa;
y vale más una hora solo de esta
que de otras tener ocho de siesta.

Mas no por eso es aborrecida
la que es descolorida,
porque hago yo esta cuenta
que si mi compañía la contenta,
en breve, la pondré tan colorada
cual suele el cielo con la arrebolada.

La que se afeita no me da disgusto,
antes de aquello gusto,
porque yo infiero de esto
que quien con ejercicio tan molesto
procura parecer al hombre dama,
cualquier contento me dará en la cama.

Tampoco sin afeite me desplace,
antes me satisface,
que todos los primores,
las gracias, los deseos, los amores,
las guarda para el tiempo más suave,
y entonces me descubre cuanto sabe.

La dama bien compuesta y adornada
¿acuál hombre no agrada?
De suyo da contento.
mayormente que vuela el pensamiento,
y por lo que de fuera estoy mirando,
voy lo que está de dentro contemplando.

Pues si está descompuesta y al desgaire,
agrádame el donaire
del cabello revuelto,
parte tendido, parte preso y suelto,
en solamente de tal suerte vella,
envuelto me imagino ya con ella.

De la que es vergonzosa me enamoro,
y aquel recelo adoro
con que me está mirando,
que no la mire yo siempre guardando;
y digo yo entre mí: “¡Oh si yo fuera
con quien aquel temor ella perdiera!

La que no es vergonzosa ni encogida,
antes es atrevida,
desenvuelta y afable,
es a mi condición tan agradable,
que luego en vella digo que no hay dama
cual ella de que estemos en la cama.

Si es áspera, cruel, desamorada,
no por eso me enfada;
antes yo tomo brío
y nunca de alcanzalla desconfío,
porque cuando en sus brazos yo me vea
diré: “bien empleado todo sea”.

Si es amorosa, piérdome por ella.
No puedo no querella,
que amor amor produce
y a mí, viéndola tal, se me trasluce
que amores me dirá tan regalados
cuando los dos estemos abrazados.

Si es triste y trae el rostro muy mohíno
a querella me inclino,
porque a mí me parece
que, acaso, el no gozarse la entristece;
y que si se gozase, mostraría
mayor que la tristeza la alegría.

Si es muy alegre, luego yo sospecho
que tiene satisfecho
el goloso deseo;
y como tan alegre yo la veo,
juzgo cuanto gustar debe la dama
de las sabrosas luchas de la cama.

Si es muy honesta, santa y recatada
no se me da a mí nada,
que ya sé que mujeres
de suyo son amigas de placeres;
y que debajo de la santería
se ejercita muy bien la putería,

De la que es deshonesta no me espanto,
antes yo gusto tanto
que la llamo discreta;
y me parece bien que se entremeta
con los hombres, en tanto que le dura
la edad florida y goza su ventura.

Si acaso es alta y algo que dispuesta,
mi conjetura es esta:
que desnuda esta dama
la hermosa vista que tendrá en la cama
cuando de largo a largo esté tendida,
tomándole yo encima la medida.

También la que es pequeña me contenta,
porque hago yo esta cuenta:
que la que es mas menuda
suele ser cu la cama más aguda;
y como la puerta esté en su quicio,
aunque no haya igualdad, hará su oficio.

Si es gruesa dama, gusto, porque tiene
lo que mas le conviene;
porque el ejercicio
carne ha menester, pues es su oficio;
porque es gran gusto echarse el hombre en blando,
sin que os estén los huesos lastimando.

Si es flaca, a la flaca me aficiono
y aquello le perdono,
porque estando ligera,
y tal juega de lomo y de cadera,
que no hay mujer tan flaca y tan delgada
que deje de correr por ir cargada.

Si está preñada, y pare muchas veces,
es comer pan y nueces;
porque esto es cosa llana
que entonces tienen ellas mejor gana,
y el refrancillo viejo nos declara:
“A la mujer preñada, hasta que para”.

Si no pare, que no para; no me pena,
que así tendrá más buena
ocasión de gozarse,
y no tendrá de nadie que guardarse
que sepan si es casada, o si es soltera,
o si ejercita o no la delantera.

Si es niña y muy muchacha, es dulce cosa,
porque como es una rosa
que pocos han tocado
ora lo tenga abierto, ora cerrado.
Que siempre quiero yo la fruta nueva,
aunque otro haya hecho ya la prueba.

Si es mujer en días algo entrada,
esta es la que me agrada,
porque en el dulce oficio
tiene tanta experiencia, y ejercicio,
que la sobrada edad muy bien se excusa
con el arte y primores que allí usa.

Al fin, si es mujer, sea cual fuere,
que si ella no tuviere
tal fealdad que me espante,
no puedo no querer lo de adelante;
porque como yo voy allí derecho,
nunca reparo en cara, cuero o pecho.

Y tal vez puede ser, cuando ninguna
me parezca importuna,
que suele ser en vano
quererme ir en aquesto a mí la mano;
porque por cierta ciencia alcanzo y hallo
ser mal que nunca puedo remediallo;
y acabose con esto,
porque nadie me tenga por molesto.

(El Antequerano 8399v) concluye el poema desde “nunca reparao en cara, cuero o pecho”:

Concluyo, pues, con esto porque alguno
no me note importuno,
que para dar placeres
fueron criadas todas las mujeres;
hasta la negra, dicen boticarios,
que es buena para humores ordinarios.

2019-10-29T22:17:42+00:00

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