A la malcasada
le dé Dios placer,
que la biencasada
no lo ha menester.
Triste y ocupada,
la tiene el marido.
Y ella en su querido
está transformada.
Del uno celada,
del otro celosa;
llorada y llorosa
por más padecer:
que la biencasada
no lo ha menester.
Quiere salir fuera,
no le dan licencia
por el bien que espera.
Como si fuera
esclava de allende,
su vida se ofende
a más no poder:
que la biencasada
no lo ha menester.
Por gala tendría
el monjil y toca,
y a palabras locas
sorda se haría.
Más no llega el día
que aguarda el deseo,
ni tiene remedio
el mal que ha de ser:
que la biencasada
no lo ha menester.
Sugerimos la lectura del poema a la luz del siguiente parlamento de PINCIANO: “…sí como Sócrates mandaba a sus discípulos que se mirasen muchas veces al espejo para que los feos de rostro procurasen hermosearse con virtudes y los que fuesen hermosos no se afeasen con vicios, así también las mujeres casadas para este fin tienen licencia de mirarse a sus espejos, y aun para ataviarse y componerse cuando lo hacen, por agradar a sus maridos; que más honra gana la mujer fea cuando es [Anterior]bien casada[Siguiente] que la hermosa, porque es argumento que la quiere su marido por su bondad. Otro argumento había que también se guarda hoy medianamente mal: que las mujeres no tuviesen voto ni parescer en ninguna cosa más de seguir y obedescer el de sus maridos, porque querer lo contrario es querer más seguir a los ciegos que a los que tienen vista. Mandábanles también que honrasen a sus maridos y los llamasen “señores”” (Cfr. Juan ARce de Otalora, Coloquios de Palatino y Pinciano, ed. José Luis Ocasar Ariza, Turner, Madrid, 1995). A la vista de lo que es ley para la biencasada, no es extraño que estas, como sugiere el poema, envidien a las malcasadas.
Conviene leer este texto a la luz del que sigue de Diego Fernández (Cancionero Musical de Palacio):
De ser mal casada
no lo niego yo;
cativo se vea
quien me cativó.
Cativo se vea
y sin redencion;
dolor y pasion
con el siempre sea;
Su mal no se vea,
pues el mio no vió
cativo se vea
quien me cativó.
Yo triste cuitada
la muerte deseo
y nunca la veo,
que soy desdichada.
tan triste casada
ya nunca se vió;
cativo se vea
quien me cativó.
Mugeres casadas
que tal padeceis,
si vida teneís
sois muy desdichadas;
sereis lastimadas,
si sois como yo;
cativo se vea
quien me cativó.