Alegres son al triste enamorado
los dichos de su dama con blandura:
aquel “quitaos allá que es gran locura”,
aquel “¿estáis en vos, desvergonzado?”,
el santiguarse, el “¿cómo habéis entrado?”,
el arguir la fuerza con cordura,
el tierno desmayar en la dulzura,
el “¡ay, que lo oirán, ay, que es pecado!”;
el falso defenderse al maleficio,
las lágrimas, el “¡ay!”, el “yo os prometo”,
el “¿cómo me engañáis como enemigo?”.
aquel “¿dó estaba yo, tenía juicio?”.
aquel “¡cuál me dejáis, tened secreto!”.
No hay mal que tanto bien traiga consigo.
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