Alzó Venus las faldas por un lado
de que el herrero sucio, enternecido
por el botín que descubierto vido,
quiso al momento dársele cerrado.
Arrojó las tenazas denodado,
lleno de tizne y, del hollín vestido,
tentó la hornaza do salió Cupido,
y echó las bragas y el mandil al lado.
Sintiose Venus porque tal hacía,
y al defenderse tuvo manos mancas
por estarlo la puta deseando,
Por más que dijo que era una porquería
se estuvo queda, y alargó las ancas
al ajo y queso, de que fue gustando
hasta que en acabando
dijo la puta: «Bien está lo hecho,
que no cabe en un saco honra y provecho».
Para la lectura de los versos 3 y 4, recuérdese el refrán de Correas: “Dar botín zerrado: hazer kon muxer”. Cómo se llega a tales equivalencias de sentido resulta difícil de precisar. Pero el botín esconde el pie:
Al manto llama ligero, / que el aire lo va robando. / A los botines, dichosos, / que ven lo que van tapando («En Toledo en el altana», en Romancero de Germanía, Zaragoza: 1623). Y el pie es una parte del cuerpo que tiene fuertes ecos eróticos. Recuérdese, por ejemplo, la vieja creencia en según la cual el sexo (tanto en el hombre como en la mujer) guarda una relación directa con el tamaño del pie.
Es muy interesante, en este sentido, uno de los poemas recogidos en Erosylogos (“Di, hija, por qué te matas”), en el que la madre, previniendo a la hija, le enseña que en el capado no funciona la regla general del calzado, porque el capado, aunque tenga “grandes las patas”, tiene “chiquito el espolón”.