Bajábale su mes cada semana
a doña Palinuro, la ramera,
húmeda por de dentro y por de fuera.
Tenía su mercé la barba cana.
No he visto yo ciruela chabacana,
pisada en las acequias de la Vera,
tan sucia ni lodosa en su manera
cual estaba su fieltro tinto en lana.
En fin mi acerbo y cenegado gusto
quísolo acometer por lo manchado,
no aguardando que el tiempo la desangre.
Dos reales me soltó del precio justo,
mas como su carnal era pescado
súpome como atún corriendo sangre.
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