Calle, por su vida, calle,
que nos oirán de la calle.
Cual mariposa abrasado
de amor en su ardiente llama,
cayó en brazos de su dama
un discreto enamorado.
Tocó a rebato el cuidado,
crecieron miedo y vergüenza,
la dama a gritar comienza
y él le dice porque calle:
que nos oirán de la calle.
¿Quién hay, señora, que sea
amante y que sepa amar,
que no procure llegar
a gozar lo que desea?
Pues no hay nadie que nos vea,
a sentir no nos hagamos,
imagine que no estamos
en algún desierto valle:
que nos oirán de la calle.
¡Cuántas veces, mi señora,
tocó el arma el pensamiento,
sin llegar nuestro contento
al colmo que llega agora!
Pues ocasión, tiempo y hora
habemos venido a hallar,
y el silencio da lugar
que goce su hermoso talle:
que nos oirán de la calle.
Ya sabe que quien promete
se mete en obligaciones;
como de muchas razones
fue testigo algún billete
y, pues en este retrete
llegó el plazo del desquite,
pague quien debe y no grite,
no venga alguno y nos halle:
que nos oirán de la calle.
Calle por su vida y mía,
no sea a su honor traidora,
que dirán que grita ahora
para callar algún día.
Y la dama le decía
su deseo ejecutase
y él, porque no se olvidase,
dijo metiéndose en talle:
calle, por su vida, calle,
que nos oirán de la calle.
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