De cierta dama que a un balcón estaba,
pudo la media y zapatillo estrecho
poner el lacio esparrago a provecho
de un tosco labrador que la acechaba.
Y ella, cuando advirtió que la miraba,
la causa preguntó de tal acecho;
el labrador la descubrió su pecho,
diciendo lo que vía y contemplaba.
Mas ella con alzar el sobrecejo,
le dijo con melindre: «aquesto, hermano,
no es más de ver y desear la fruta».
El labrador, sacando el aparejo,
le respondio, tomándolo en la mano
«pues ver y desear, señora puta».
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