CONSEJOS BUENOS PARA GALANTEAR A DAMAS.
(Anónimo).
Despues que volví á mi casa
La noche que con la vieja,
Sobre imponer á mi dama,
Tuve no sé qué revuelta,
Contándolo á cierto amigo
Que me vino á ver á ella,
Me aconsejó que en descuento
Contraminase sus tretas.
– Escuchadme, penitentes,
Los de la primer tijera;
Oidme en vuestro provecho
Antes que de vos le tenga:
Nunca ande vuestra persona
Mujerilmente compuesta;
Que solo está bien al hombre,
Al descuido, aseo y limpieza.
Bien hecho y puesto el vestido,
Cabello y barba bien hecha;
El zapato venga justo,
Pelo y uñas no parezcan;
Limpios y sanos los dientes,
El aliento no se sienta;
La condición apacible,
Las palabras halagüeñas,
La conversación suave,
La cara alegre y risueña;
Y ánimo, que las mujeres
De que las rueguen se huelgan.
Id do hay concurso el buen día;
Escoged la que os contenta:
Ser solo y secreto importa,
Y desdenes no os dén pena.
Empezá en razon comun,
Y su razon se defienda:
Hacelde señas sutiles,
Requebralda, pretendelda.
Tras esto escribirle heis:
Montes de oro prometelda,
Y una lágrima no os cueste,
Aunque muy fingida sea.
A los de casa dad algo
Envuelto en muchas promesas,
Y mas á la que privare,
Pero no os tomeis con ella;
Celebralda hechos y dichos,
Mostrad que moris por ella;
Sienta muestras exteriores;
Mas si finges, no lo sienta.
Vea en lo que teneis gracia,
Honrad á quien la gobierna;
Sufrid al competidor,
Y tendréis victoria cierta.
El discreto, aunque ella huya,
Entre las palabras tiernas,
Sin lastimarlas los labios
Tomará cualquier licencia.
Quéjese el necio de sí,
Si no acaba el que aquí llega.
Nunca espereis á que os rueguen;
Qu’ellas gustan d’esta fuerza.
No insistáis en pedir celos
Falten riñas y pendencias,
Porque dejarán las paces
A la bolsa boquiabierta;
Mas si se enojare mucho,
Volved otra vez á verla,
Halagalda, haced su gusto,
Echad la aldaba á la puerta;
Presentad curiosamente,
No digo plata ni perlas;
Decid: Maté ese conejo,
Esa fruta es de mi huerta.
Tal vez la alabe un soneto,
De vuestro cuidado muestra,
Y ruégueos, porque se obligue,
Lo que habeis de hacer por fuerza.
Echad el resto en servirla;
Si está afligida ó enferma,
Llorad, hacelda caricias,
Oigaos votos y promesas.
Fingilda un alegre sueño,
Dalda lo que la contenta;
Mas la píldora ó la purga
El que vos compita déla.
Ya que echó el amor raices,
Seguiréis otra carrera:
Ausentaos á la picada,
Pero no dure el ausencia;
Sin celos averiguados
Seguid los gustos de afuera;
Mas aunque os coja en el hurto,
El negar solo aprovecha.
No os humilleis aunque riña,
Cuando os llama id sin pereza;
No os fieis aun del hermano;
Si pide, mudad la letra.
Cada uno la ponga al ojo
Aquello en que la contentan;
Entreténgala el discreto,
El gentil hombre haga piernas;
Creedlo, aunque estando en casa,
Os digan qu’es ida fuera.
Idos cuando ella quisiere,
Y nunca la pidais cuenta;
No la obligueis que confiese,
Porqu’el respeto n’os pierda;
Ni os alabeis que gozastes
Esta ó esotra ó aquella;
No déis con su falta en rostro
A la mas indigna y fea.
Llamad brinquillo á la chica;
A la qu’es muy gorda, fresca;
Nunca le conteis los años,
Ni aunque tenga muchos, pierda,
Pues sabrá sentir el gusto
Y darle de mil maneras.
Llegado á encerraros, ya
No tengais las manos quedas;
Andad juntos el camino;
Que aquí la pluma se queda.
Lo demas os diré aparte;
Y esto baste, porque sepan
Las hijas de Celestina
Cómo Celiso se venga
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