Dos serafines hermosos

Dos serafines hermosos
adornan cuadros vistosos
de un jardín que, haciendo vista,
dulces mocetes le cantan,
las aves que se levantan,
cuando la noche se acuesta.
Son las deidades que digo
damas del Rey don Rodrigo,
con quien el luciente dios
tanto teme competir,
que no se atrevió a salir
sin licencia de los dos.
Lastimada, por más linda,
de las dos era Florinda,
muy preciada de tener,
sin amorosos cuidados,
sus ojuelos enseñados
a matar y aborrecer.
Si Elvira, no tan hermosa,
es menos escrupulosa,
y aunque el honor asegura
cómo mira, escucha y parla,
con los aciertos de amarla,
nadie muere sin ventura.
Mas, sin darse por vencida,
y de bajos presumida,
juzga que, puestos al aire,
triunfará su gentileza
de toda hermosa, en belleza,
de toda fea, en donaire.
Pídela, con ansias tiernas,
que las dos midan las piernas,
y Florinda, que lo escucha,
huelga de que se le mande,
que para beldad tan grande
sólo victoria no es mucha.
Buscan apacibles sombras
y, hechas de flores, alfombras
pudo el Rey acaso verlas,
mostrar levantando faldas,
una, plato de esmeraldas;
otra, racimos de perlas.
Ya tienen las dos amigas
patentes medias y ligas,
juzgando que, del color,
solo pudieran dar señas
las fuentecillas risueñas
y el prado lleno de olor.
Viendo Elvira, en un sujeto,
lo airoso con lo perfecto,
la presunción le ha rendido
sin afectos envidiosos,
que agravios tan poderosos
son honra del ofendido.
Y, aunque ofrece la victoria
para gozar de más gloria,
levantó el tabí de estrellas
más allá de las rodillas,
descubriendo maravillas
y otro mundo nuevo en ellas.
El Rey que, en vaso de nieve,
la dulce ponzoña bebe
de amorosos basiliscos,
ve que su vista engañada
mira de sierra nevada
crespos y erizados riscos.
Ya admiradas hermosuras
dejan las faldas a oscuras
y, al godo español supremo,
en el pecho enamorado
de esperanza y de cuidado,
poca vela y mucho remo.
Mirando al jardín desierto
tan absorto quedó y muerto
que, en fe de arpón penetrante,
preferir pudo en rigor
sus pocas horas de amor
a muchos años de amante.
Quiere la pasada gloria
desterrar de la memoria,
mas no puede suspender
un breve instante de ardor,
que, en los principios de amor,
enseña mucho a querer.
Sufrió un tiempo padeciendo
pero, como mozo, viendo
que todo el poder le alcanza,
su pena piensa decir,
que es gran desdicha vivir
sin posesión ni esperanza.
La pasión rendida y ciega
con dones y afectos niega
que temple dolor cruel,
pero ella, aunque más rogada,
libertad gozó librada,
en desprecio de un clavel.
Cuanto más la ingrata bella
sus finezas atropella,
más en el torpe delito
sigue por fin obstinada,
que la razón alterada
obedece al apetito.
Y, una vez que tuvo aviso
que hace el jardín paraíso,
el que la ocasión no pierde
entra dentro y ve la Cava,
que, por el campo, buscaba
entre lo rojo, lo verde.
Depuesto lo soberano,
humilde llega y humano
pero, aunque con fe constante
tiernas lisonjas aliña,
qué poco siente la niña
los desvelos de su amante.
De obligarla ningún modo
perdona el ínclito godo,
hallando en rara beldad,
con frágil naturaleza,
milagros de la entereza,
frenos de la voluntad.
Cansado, pues, que rigores
no templen dulces amores,
a dar con ella se atreve
en un jazmín y un clavel,
para que le lleve a él,
y también para que lleve.
Ajustada en traje nuevo,
vio a la nueva ninfa Febo
desde su dorado coche,
que el susto le deja apenas,
con poca sangre en las venas,
los ojos con mucha noche.
Llora, amenaza y se queja,
gime, tuércese y forceja,
y otros mil extremos hizo,
opuesta a la ejecución
y dando satisfacción
de su honor gentil aviso.
Ya es todo púrpura roja
y con el ansia y congoja
de oprimirla y detenerla.
Parece cada cabello
que, bebiendo el sudor bello,
del alma forma una perla.
Su gesto, en fin, delicado
se rinde desalentado
y, en brazos del joven fuerte,
su agravio sin esperanza
ardientes suspiros lanza
y tiernas lágrimas vierte.
El Rey su gloria dispone,
ya la ninfa descompone
de las faldas el aseo,
no hay rincón tan retirado
que no penetre el cuidado,
que no escudriñe el deseo.
Columnas que hicieron trenza
el recato y la vergüenza
divide ya sin temor,
que quien teme en tal estado
o burla de su cuidado
o no sabe qué es amor.
Llega a la torre del sexto,
imitador en lo presto
del ave de Ganímedes,
entró penetrando almenas,
en un retrete que apenas
le dividen las paredes.
Ella, mientras se desflora
el jardín de Venus, llora,
no entre fáciles dolores,
castidad que no conserva,
más sentida que la hierba,
tanta sangre pague en flores.
Viendo roto el casto velo,
tomó holgarse por consuelo,
teniendo por fe constante
que sigan su opinión
las Infantas de León
en desdicha semejante.
El bello rostro serena
y, desterrando la pena
para mostrar que le place,
en lazos formar pretende
letras que el amor no entiende,
con ser amor quien las hace.
Cuando, apacible, la mira,
el Monarca no se admira,
considerando, prudente,
que no es milagro hacer pausa
del triste llanto la causa,
si la causa la consiente.
De conformidad se mueven
y, en las palabras que beben
y mal pronunciadas dejan,
imitan sus amoríos
la música de los ríos
que parece que se quejan.
Como comenzó más tarde,
para obligarle que aguarde
a la gueña y juguetona
con un tierno pucherito,
“papito, señor, papito”,
le diría la matrona.
Pero fue vano su afán,
que ya no suspenderán
sus movimientos ligeros
ni sus caudales veloces.
¡Cuántos silbos, cuántas voces
y agasajo de luceros!
Ya sin poder detenerlas,
el diluvio, el Rey de perlas,
y cuanto ser llanto infiere,
admírase la señora,
que tan tiernamente llora,
quien tan fieramente hiere.
En este necio discurso
llegó copiosa al concurso
y dijo, llena de amor:
“Bien, deseos, lo pagaste;
si avarientos, lo negaste,
cuando más pide el dolor.”
Y cuando el señor de Delos
forma, desde ocaso, el cielo,
matizado de arreboles,
quedaren en dulces calmas
un mal vivo con dos almas
y una ciega con dos soles.
Quien cobró primero aliento
fue el Rey y, tan descontento,
que juzgó fieros vestiglos
lo que deidad dominaba,
a ejemplo de lo que acaba
la carrera de los siglos.
Levantóse y, dando espaldas
a quien acomoda faldas,
perdido amor el decoro,
le dijo en su pensamiento:
“Determinado me siento
de aborrecer lo que adoro.”
De verse de un Rey gozada,
quedó la niña entonada,
mas fuerza será que amanse
cuando mueve su rigor:
¡Qué villano es el amor!
Líbrenos Dios que se canse.
Siempre más que el Sol hermosa,
se le presenta amorosa,
pero bastantes no son
a resucitar desmayos
tanta munición de rayos
y tanto severo arpón.
Al paso que la aborrece,
Amor en Florinda crece,
pero como no le ve
como cuando en la campiña
o como siente la niña,
teme mucho, y guarda fe.
Y, pues, ya para gozarle,
no halla modo de obligarle,
sus pensamientos altivos
a los desdenes severos
se humillan lisonjeros,
se despeñan vengativos.
En odio el amor convierte
a quien fue de su alma hechizo,
sabiendo, para vengarse,
que la ofensa ha de lavarse
con sangre del que la hizo.
Todo es ira, y todo es rabia,
furia brota a quien la agravia,
piedad a las fieras pisa
que, con esta ocasión,
más blandas que el corazón
de la ingrata que le olvida.
A su padre le declara
su afrenta y, si la vengara
de un señor antojadizo
que no guardaba la ley,
justo fuera más de un Rey,
lleve el diablo quien tal hizo.

2019-04-26T17:59:45+00:00

Deja tu comentario

Centro de preferencias de privacidad

Estrictamente necesarias

Cookies necesarias para el correcto funcionamiento de nuestra web. Por ejemplo, necesitamos que unas cookies estrictamente necesarias estén habilitadas con el objetivo de guardar tus preferencias sobre el uso de cookies. Si deshabilitas esta cookie, no podremos guardar tus preferencias. Esto quiere decir que cada vez que visites nuestra web, tendrás que volver a habilitar o deshabilitar las cookies otra vez.

wordpress_test_cookie, gdpr[allowed_cookies] gdpr[consent_types], fusionredux_current_tab, CONSENT

Estadísticas y análisis

Cookies de análisis de terceros. Estas cookies son generadas por Google Analytics. Google almacena la informacion recogida por las cookies en servidores ubicados en Estados Unidos, cumpliendo con la legislación Europea en cuanto a protección de datos personales y se compromete a no compartirla con terceros, excepto cuando la ley le obligue a ello o sea necesario para el funcionamiento del sistema. Google no asocia su direccion IP con ninguna otra información que tenga.

_ga

Analytics

Other