Érase un largo y colosal carajo
de ensortijadas crines revestido;
carajo entre carajos escogido,
de empuje horrendo y formidable tajo.
En su continuo y singular trabajo,
de coño en coño errando embravecido,
jamás se vio su frenesí rendido
ni agotado su ardiente espumarajo.
Cuarenta coños de doncella intacta,
quince culos de frailes bien cebados
piensan rendirlo. ¡Miserables tretas!
La furibunda máquina compacta,
dejándolos a todos estropeados
aún pudiera aguantar doce puñetas.
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