La bella çelia que adora
vn galán alo moderno,
por cumplir con su perroquia
se fue açierto monasterio.
Hincándose de rodillas
ante un padre gran sujeto
se començó a confesar
desta manera diçiendo:
Padre, si de amor supistes
en vuestros años primeros
que son pocos los que escapan
deste tirano soberbio,
escuchad a una mujer
que tiene dentro en su pecho
mil flechas atrauesadas
viuiendo en dolor eterno.
Por un pecado de amor
asido al alma y al cuerpo
he venido a que brantar
todos los diez mandamientos.
En el primero, me acuso
que no amo a dios como deuo,
por que tengo amor a un hombre
que más que a mi vida quiero.
En el segundo, he jurado
con más de mil juramentos
de no oluidarle jamás:
no es tan grave, pues no miento.
En el terçero me acuso
que quando estoy en el templo
no estoy atenta a la misa,
por que en berle me diuierto.
En el quarto, no he guardado
amis padres el respeto,
porque le amo tan loca
que aél solamente obedezco.
En el quinto, he deseado
la muerte a infinitos neçios
que an procurado apartar
nuestro amor por muchos medios.
Y pues sois discreto, padre,
no ay que deçir enel sesto
que por lomenos sabréis
que abré tenido deseos.
El séptimo, no se pase
sin poner culpa amis yerros,
pues hurto para hablalle
todos los ratos que puedo.
Y a estamos en el octauo,
y en ese, padre, confieso
que he mentido muchas veçes
por que importa al amor nuestro.
Solamente mi apetito
no a pecado en el noueno,
porque no meda lugar
ni habla conmigo el preçepto.
El déçimo, he deseado
todos los bienes ajenos
para entregárselos todos
sin dejar nada enel suelo.
Y lomás irremediable,
de lo que, padre, me quexo,
es de no poder hallar
al alma arrepentimiento.
Con esto se desmayó,
dexando el padre suspenso,
y lo roxo de su cara
trocó en color Maçilento
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