Más de tres meses ha que no recibo

Carta contra los vicios de las mujeres

Más de tres meses ha que no recibo
letra vuestra, señor, y por haceros
que me escribáis algunas, os escribo.

No me diréis que faltan mensajeros,
y que nace de aquí tan larga pausa,
pues hay una estafeta y dos recueros.

Yo sospecho sin duda que lo causa
el demasiado vicio de Sevilla,
que d[e] estas faltas es bastante causa.

Y antes tuviera yo por maravilla,
de quien en el esta tan enfrascado,
si por mi fe le diese una hebilla.

No penséis que me da poco cuidado
veros en un lugar tan abundante,
mozo, de humor, y sin tomar estado.

Pues cuando se me ponen por delante
las grandes ocasiones de esa tierra,
tiemblo de verme en ella un solo instante.

¿Qué veréis de rencillas? que de guerra?
Cuantos altos y bajos de fortuna,
y tanta mujercilla como tierra.

Ireislas vos mirando una por una,
sin perdonar a santa, o recogida,
si recogida, o santa veis alguna.

Pues advertid señor por vuestra vida,
que tales deben ser los pensamientos
de quien la vista lleva tan medida.

Ojalá solo fueran sentimientos,
mas de la astucia grande del demonio
temo llegan a ser consentimientos.

Dar pueden suficiente testimonio
de lo que digo aquí, vuestros amigos,
testigos del incendio Babilonio.

Y pues con vos tenéis tales testigos,
no será menester el juramento
de los que llaman estos enemigos.

Mas yo por lo que debo me presento,
y quiero brevemente como suelo,
deciros d[e] este punto lo que siento.

Quisiera mucho veros en el cielo,
y temo si tomáis tan mal acuerdo,
que a padecer iréis con mongivelo.

Pues llama Salomón, si bien me acuerdo,
a las mujeres polo, do cayendo
suele perder las mientes el más cuerdo.

Y en otra parte dice, prosiguiendo,
que mire sus pisadas el mancebo,
pues no las pisara con ir creciendo.

Pienso con esto yo, cuan dulce cebo
suele ser a los mozos este vicio,
y tiemblo si lo pienso como debo.

Es la mala mujer un maleficio,
es un encantamento que embelesa,
y saca a los más cuerdos de juicio.

Si en vuestra voluntad ha hecho presa,
casi tengo por vano mi deseo,
si por escabulliros no dais priesa.

Porque la miro siempre que la veo,
como pinta Marón a una Harpía,
de aquellas de la mesa de Fineo.

Hermoso rostro dice que tenía,
con asqueroso cuerpo, y garra fiera,
para nunca soltar lo que cogía.

Y si con estar puesto en talanquera,
yo no pienso que estoy del todo libre,
¿Que tales estarán los de allá fuera?

Dios por quien es, de tanto mal os libre,
y antes con una piedra a la garganta
su Majestad os mande echar Tibre.

Si queréis pues salir de angustia tanta.
no procuréis valeros de las manos,
sino tomad lecciones de Atalanta.

Es por demás buscar medios humanos,
pues, aunque supo dar muchos Ovidio,
al cabo le salieron todos vanos.

Por ser mi carne propia con quien lidio,
si la quiero tratar con aspereza,
en poco tiempo causa gran fastidio.

¿Qué le valió a Sansón su fortaleza,
a David las virtudes adquiridas.
y a Salomón sus ciencias y grandeza,

Para no dar después tales caídas,
en aquesta materia de mujeres,
¿cómo tan manifiesta por sus vidas?

Pues el que presas trae con alfileres,
la ciencia, la virtud, o valentía,
mal romperá sus fuerzas y poderes.

Esta razón, por ver que concluya,
hace san Agustín agudamente,
contra los que blasonan osadía.

Mas si queréis ejemplos de otra suerte,
y no os cansan hermano mis borrones,
dos, o tres os diré sumariamente.

Sabréis del que mató los Geriones,
a quien la antigüedad tan bravo pinta,
vencedor de serpientes y leones.

Que borró sus hazañas esta tinta,
pues trujo (cosa cierto que me admira)
una rueca de toles en la cinta.

Así le vitupera Deyanira,
su legítima esposa desechada,
en una larga carta llena de ira.

Vez hubo que sentado en la almohada,
tuvo la canastilla del hilado,
por no ver a su toles enojada.

Pues ¿qué diré de es[o] otro afeminado,
que nadie mereció mejor un palo,
¿por haber a los Reyes afrentado?

Hablo de aquel bestial Sardanápalo,
que vistió de mujer a su persona,
por hacer a sus damas tal regalo.

Mas que gentil varón para corona,
yo cierto si le viera, le juzgara
no por Emperador, sino por mona.

Y esto quede por cosa llana y clara,
los males que este vicio trae consigo,
y como salen todos a la cara.

Y sino le tenéis por enemigo,
(que, si debéis tener, a no ser piedra)
yo os suplico señor que vais conmigo.

Sabed que la mujer es como yedra,
ojalá yo supiese bien decillo,
pues árbol que la tiene nunca medra.

Luego se pone lacio y amarillo,
pierde con el color la verde hoja,
y secase por horas sin sentillo.

Así de la color vivaz y roja
al otro mozo fuerte como un robre,
aqueste vicio torpe le despoja.

Veréis descolorido y flaco al pobre,
falto de cejas, falto de cabello,
pasando meses antes que lo cobre.

Ni esto es lo más malo que ay en ello,
si la razón quedase con imperio,
mas su prisión y cárcel echa el sello.

No penséis que carece de misterio
la fábula de Circes, bien mirada,
pues es figura d[e]este cautiverio.

Fue Circes de beldad tan extremada,
que jamás por jamás hombre la vía,
sin que rindiese el alma aprisionada.

D[e] esta pasión tan grande procedía;
andar fuera de si como furiosos,
suspensos, fieros, bravos en porfía.

Y de aquí los Poetas fabulosos
dijeron, que trocaba esta ramera
a los hombres en lobos, tigres, y osos.

Y dijeron muy bien, pues es tan fiera
la ceguedad que d[e] este vicio nace,
que no parece un hombre sino fiera.

Nunca la gula del se satisface,
por ser hambre del suyo tan canina,
que mientras más coméis, más os deshace.

Demas que es la mujer una sentina
de cuantos vicios hay, como lo dice
Tulio en su antepenúltima Verrina.

A aqueste parecer no contradice
Licurgo, a quien no solo vi citado,
mas de su original me satisfice.

La mujer, dice pues este letrado,
o que de cuantos vicios hay es hija,
o madre de quien tantos han manado.

Fuera cosa difícil y prolija,
mas que poner distinto todo el Credo,
en un pequeño cerco de sortija.

Mostrar todas sus tachas con el dedo,
y quererlas poner en breve suma,
mas ni callarlas todas debo, o puedo.

En liviandad exceden a la pluma,
y así Propercio deltas menos fía,
que de las hojarascas, y la espuma.

Y como quien también las conocía,
al mar tiene por más perseverante,
y a las hojas que el verde soto cría.

Tito Calfurnio estima por constante
al viento, con mujeres comparado,
y Horacio por su vivo semejante.

Mas para decir algo concertado,
por el orden de vicios capitales
os quiero proseguir lo comentado.

En soberbia son monstruos infernales,
como dijo Severo gran Monarca,
y Tácito refiere en sus Anales.

Libio con este título las marca,
y de la misma suerte trata d[e] ellas
en uno de sus libros el Petrarca.

Pues de las que se tienen por más bellas,
es la soberbia tal, dice Menandro,
que nadie se podrá valer con ellas.

Olimpia digna madre de Alejandro,
viendo casar un mozo nada feo,
mas poco menos ciego que Leandro,

Solo por dar hartura a su deseo,
con una dama bella y desdeñosa,
según cuenta Plutarco y Ateneo,

Dijo que era locura peligrosa
tomar mujer a gusto de los ojos,
por ser altiva siempre y ambiciosa.

Y no penséis que son estos antojos
de una torpe mujer manoseada,
en espinas nacida y en abrojos,

Sino de la más casta y encerrada
como cuenta Josefo, de María,
la que del Rey Herodes fue casada.

Así por un Profeta Dios decía
a su pueblo, señor, que la belleza,
sus vanos corazones engreía.

Y cualquiera beldad, o gentileza
la llama san Crisóstomo soberbia,
y cierta compañera de altiveza.

Por legitimas hijas de soberbia
tengo a la hipocresía y vanagloria,
ingratitud, desdenes, y protervia.

Y no las pongo a todas por memoria,
porque nunca pudieran ser contadas
las hojas infinitas de su historia.

Todas pues las mujeres, bien miradas,
son de cualquiera vicio encubridoras,
y para todo mal disimuladas.

Y no solo las damas triscadoras
usan de fruncimiento y artificio,
sino también las simples labradoras.

Casi no se les puede echar a vicio,
sino a su natural aquesta falta,
como dijo de Filida Salicio.

Pues un lugar de Seneca no falta,
con que su fingimiento se confirma,
y la más verdadera queda falta.

Esto mismo Nasón d[e] ellas afirma,
y Sócrates lo tiene por sin duda,
pues junto con Eurípides lo firma.

Y con esto tendrá la más sesuda
mucho de vanagloria y arrogancia
de cualquiera cosita más menuda.

Pues si negocio alguno de importancia
tuvo por medio suyo buen suceso,
de termino carece su jactancia.

Y d[e] esta vanidad, o poco seso,
a Crisóstomo traigo por testigo,
cuyo parecer es de grande peso.

Eustaquio en esta parte va conmigo,
llamando a las mujeres jactanciosas,
y Zenodoro sigue lo que digo.

¿Ingratas pues no son y desdeñosas?
Remitome señor a Tiraquelo,
que d[e]este punto dice bellas cosas.

Mas porque de ser largo me recelo,
solo porque sepáis su contumacia,
diré un ejemplo breve como suelo.

Pogio, que para gracias tiene gracia,
refiere un caso, cierto muy donoso,
de una mujer insigne en pertinacia.

Fue su marido delta un hombre astroso,
y ella que poco gusto del tenía,
dio en llamar al marido piojoso.

El buen hombre del nombre se corría,
y acabar no pudiendo que callase,
una vez la juro la empocaría.

Mas como la amenaza no bastase
a poder ablandar aquella boca,
al marido forro que la empocase.

Y aunque el agua le daba ya a la boca,
nunca dejo su tema la perdida,
mirad que más hiciera siendo loca.

Mas cuando ya no pudo ser oída,
por tenerle cubierta la mollera
el agua donde estaba la bullida,

Las manos como puede saca a fuera,
y juntos por las uñas los pulgares,
en sus trece por señas persevera.

Decirme heis vos que es una entre millares,
mas si de cuantas yo tengo noticia,
os la diera, más fueran de mil pares.

Vengamos a tratar de su avaricia,
y sabed, que según san Pablo, cría
cuantas maldades vemos, la cudicia.

Mil veces se repite cada día
un encarecimiento suyo raro,
donde el Santo la llama idolatría.

Tulio pues nos enseña harto claro,
que el natural ingenio con que nace
la mujer, sobre todos es ávaro.

A Acursio menos esto satisface,
y por superlativo lo pondera,
con cuyo parecer el común hace.

Baldo con una glosa lo exagera,
y si mujer hubiese dadivosa,
dice, que por milagro la tuviera.

Otros dicen que es cosa monstruosa,
y presumen así por engañadas
a las que d[e] ellas donan cualquier cosa.

Por ser verdades estas apuradas,
si a alguno los Romanos cometían
una de sus Provincias apartadas,

Llevar allá jamás les consentían
a su mujer Lucrecia, Mevia, o Ticia,
cuando de la ciudad le despedían.

Temiendo con razón de su avaricia,
que despojar pudiera sola una
cuatrocientas provincias con malicia.

Al fin yo nunca vi mujer alguna,
que no tuviese, al menos en deseo
cien ojos y cien bracos cada una.

No se puede pintar monstruo más feo,
pues aqueste le da sus ojos Argos,
y sus brazos le presta Briareo.

Mas con ser estos tantos, y tan largos,
los dos no más, si bien se considera,
enlatan dulcemente a sus amargos.

Y los noventa y ocho, landre fiera,
mientras aquellos dan falsos abrazos,
suelen desbalijar la faltriquera.

Los ojos van por guías de los brazos,
que todo a desollarles se endereza,
cuando se puede menos a pedazos.

Y suelen despojar pieza por pieza,
hasta dejar al hombre tan pelado,
como fue de Tiberio la cabeza.

Así roban aquestas en poblado,
y suelen imitar al áspid Libio,
para con el que sienten apretado.

Pues ya si ven a alguno flojo o tibio,
que sufrir no pudiendo sus cadenas,
busca de la prisión algún alivio.

No cantaron tan dulce las Sirenas
cuando vieron a Ulises el Greciano,
como le cantan estas hidebuenas.

Notolas d[e]este vicio Mantuano,
cuando quiso pintar sus condiciones,
siguiendo a Artemidoro Daldiano.

Son ramos de avaricia y espigones,
el perjurio, la fraude, la falsía,
si dais fe a san Gregorio en sus sermones.

Pero san Isidoro refería,
sobre los que ya dije, la mentira,
cuya sentencia tengo yo por mía.

Es pues, hermano, cosa que me admira,
ver como quiebran tanto juramento,
sin respeto del cielo que las mira.

D[e] este mal por testigos os presento
a Nasón, a Propercio, y a Catulo,
Anfitrión, Jenarco, y otros ciento.

Por acabar mil cosas disimulo,
un adagio se, y este direlo,
porque no me digáis que las adulo.

En griego le refiere Tiraquelo,
y dice traducido en castellano,
de que jure mujer, se burla el cielo.

Y así presumió bien Justiniano,
en dos de sus Autenticas famosas,
que jurar las mujeres, era vano.

Son más sobre perjuras, engañosas,
y pudiera probarlo fácilmente,
como suelo probar las edemas cosas.

Mas de Sansón un dicho solamente,
diré como Josefo lo relata,
en las antigüedades de su gente.

Este viendo cuan bien se le desata
la enigma del león, y los panales,
por traición de la dama con quien trata.

Dijo tales palabras (y que tales)
la mujer es la cosa más dolosa
de cuantas dañan hoy a los mortales.

Aristófanes pues dirá otra cosa,
o Esquines, que llamaba a boca llena,
a la mujer vulpeja cautelosa.

Es expresa doctrina de Avicena,
de quien Alberto Magno no difiere,
y suponela el Sabio como buena.

También de mentirosas las zahiere
el Filósofo, y sigue aqueste hilo
Dojopatro con esto que refiere.

Por las riberas, dice, que de Nilo
una mujer andaba con su hijo,
el cual vino a poder de un cocodrilo.

Mas ella tales cosas hizo, y dijo,
que pudiera mover a aquella fiera
especialmente su llorar prolijo.

Y así le prometió, que si dijera
una sola verdad, le volvería
el niño que por fuerza le cogiera.

La madre respondió, que no podía,
siendo mujer decir verdad alguna,
sino es que en decir esto la decía.

Y el volvió sin lisiarle en parte alguna,
el niño de que estaba apoderado,
a la mujer discreta, e importuna.

Esta con estos vicios humanado,
la villanil perfidia, que consiste,
en no guardar palabra que hayan dado.

Por lo cual dijo el otro, si creíste,
que las mujeres suelen con firmeza
mantener su palabra, necio fuiste.

Pugna con avaricia la largueza,
y así no me culpéis, si la he tenido
en probar d[e] este vicio la torpeza.

Mas todo lo de suso contenido
es, hermano, grandísima penuria,
con lo que dice luego conferido.

Que si por la materia de lujuria
habemos de pasar, no acabaremos,
dado que la corramos a más furia.

Pero con esto más nos detenemos,
y pues he de tocar esta materia,
mejor será que luego comencemos.

Y porque no digáis que de la feria
no sabe quién en ella no contrata,
probare con testigos su miseria.

Propercio sobre todos se dilata
en contar d[e] este vicio los excesos,
que tienen cuantas el conoce y trata.

También Ovidio cuenta mil sucesos,
como quien desde niño les tenía
calado el natural hasta los huesos.

Y solo por honesta conocía
a quien algún mozuelo no tentaba,
porque si la tentaba, vencería.

Marcial aquesto mesmo confesaba
en unas epigramas a Sofronio,
y de experimentarlo blasonaba.

Refiere de Nansón el testimonio,
firmando ser así Panormitano,
y que no les levanta testimonio.

Aristóteles pues con Eliano
cuentan en sus historias ò centones,
y pruébalo Lactancio Firmiano,

Que por sus lujuriosas condiciones,
la yegua sola, y la mujer preñada
apetecen llegar a los varones.

Así que por milagro fue contada
Zenobia, a quien dejó de gran belleza
Julio Capitolino celebrada.

La cual fue tan amiga de limpieza,
que estando ocupada se abstenía
de su marido Odénato en pureza,

Mas pocos meses ha que yo leía
un raro caso, digno de memoria,
y que no poco espanto me ponía.

En el segundo libro de su historia
Heródoto refiere, si me acuerdo,
según me falta toda la memoria.

Que tomo el Rey Feronio por acuerdo,
para poder sanar de su ceguera,
pedir a Dios remedio como cuerdo.

Su Dios le respondió, que el medio era,
ofrecer un sole[m]ne sacrificio,
en el templo de tal, y tal manera.

Y que puesto por obra este servicio,
según la traza y forma recebida,
tuviese por sin duda el beneficio.

Con que delante del fuese traída
una sola mujer, pero doncella,
o solo de su esposo conocida.

A la suya trujeron, y tras ella
cuantas en el lugar hubo por lista,
sin que su mal hiciese alguna mella.

Al fin el ciego Rey cobro su vista,
por una pobrecita labradora,
que en estando delante del fue vista.

Y viendo tal desorden luego al hora,
mandó que todas fuesen abrasadas,
Sin perdonar a sierva ni señora.

Así que entre doncellas y casadas,
casi casi no siento diferencia
por haber ya doncellas remendadas.

Tuvo por verdadera mi sentencia,
aquella tan discreta como hermosa,
a quien hizo Filipo violencia.

Afirmando por clara y llana cosa,
ser la mujer más casta, sin testigo
igual a la más torpe y lujuriosa.

No me dejan mentir en lo que digo
Plutarco, y Apolonio que lo afirman,
a quienes con razón en esto sigo.

Mil sentencias de Santos lo confirman,
y dejolos señor por no ser largo.
con los jurisconsultos que lo firman.

Mas he de referiros, sin embargo,
de lo que tengo dicho tres autores,
aunque más os parezca que me alargo,

El Sabio es uno d[e] estos escritores,
otro, Jesús Sirach su acompañado,
y Aristóteles lleva los tenores.

Los cuales dan por caso averiguado,
ser en cualquier mujer insaciable
el apetito vil d[e] este pecado.

Escuchad un ejemplo memorable,
y no diréis que solo vil canalla
se va tras este vicio detestable.

Mirad si fue mujer de media talla,
la de Tiberio Cesar, Mesalina,
(aunque tengo vergüenza de nombralla).

Fue pues la gula d[e] esta tan canina,
que entraba en el burdel arrebozada,
por hartarse de carne mortecina.

Y apostaba también la descarada,
sobre quien más la tela mantenía,
sin hallar quien saliese a la parada,

Porque la más valiente se temía,
viendo la emperatriz de tales ganas,
que con exceso grande vencería.

Pues que diré señor de las dos Juanas,
harto más deshonestas que dichosas,
reinas ambas a dos Napolitanas?

Que de las dos Faustinas portentosas,
y de es[o] otras dos Julias sus iguales,
todas las emperatrices poderosas.

Revolved si queréis esos Anales,
y reinas hallareis tan descompuestas,
que cruces os hagáis de verlas tales.

Las más castas al fin y más honestas
de cuantas los antiguos conocieron,
o poco, o mucho, fueron deshonestas.

De Penélope cuantos escribieron,
haber sido más publica ramera,
que Flora, Tais, y Lamia, si lo fueron.

Mas quien de ti Lucrecia me creyera,
si dijera que fuiste no muy casta,
¿cuándo san Agustín no lo dijera?

Pero su testimonio solo basta,
dejando muchos otros que deponen,
sin tormento de potro ni catasta.

Porque no he menester que ellos abonen,
a quien es más que todos abonado,
aunque sus muchas letras me perdonen.

Del libro de Cirenes me he olvidado,
donde pintó la sucia mil posturas,
de cometer a gusto su pecado.

Mas no se contentó con las pinturas,
como refieren otros Elefanta,
pues declaró con versos las figuras.

Aunque todo lo dicho no me espanta,
cuando dentro del templo considero
el descomedimiento de Atalanta.

No sé quien fuera d[e] este Dios arquero,
el pecho mujeril así taladre,
que de naturaleza rompa el fuero.

A Nino requesto su misma madre,
mas el vengó tan gran bellaquería,
volviendo por la fama de su padre.

Por Nerón Agripina se moría,
según Cornelio Tácito nos cuenta,
mas el premio llevo que merecía.

También puedo poner en esta cuenta
con la madre de Nino, y la de Nero,
las que han tenido con sus padres cuenta.

A las hijas de Loth pondré primero,
que fueron con el viejo incestuosas,
después que le tuvieron hecho un cuero.

Harpalice y Valeria las famosas
semejante delito cometieron
con disimulaciones engañosas.

Pero cuando sus padres lo supieron,
las vidas de coraje se quitaron,
como Higinio y Plutarco refirieron.

Dejo de referir las que forraron
a los que sus envites no querían,
o con dadivas mil les sobornaron.

Preguntad a Marcial si prevenían
con ricos dones Lesbia, Cloes, y Gala
a los que por amigos pretendían.

Y a José preguntad, si de la sala
huyendo se salió mal de su grado,
del ama que por fuerza le regala.

No fue de Aurora Céfalo forrado,
como también Hipólito de Fedra,
y otros que no refiero de cansado.

Bien dije, que son estas como yedra,
pues sin haber quien pueda desasillas,
se pegan a los hombres más de piedra.

Mas el vicio extremó sus maravillas,
para mostrar al mundo cuan robusto
hace el pecho de flacas mujercillas.

Pues solo por cumplir su torpe gusto,
hijos, padres, y patria han desterrado,
con más furia que Rey tirano injusto.

Según en Juvenal he yo leído,
a sus dos hijos Poncia dio veneno,
por tomar a su rufo por marido.

Y el infernal amor fue tan sin freno,
con que Escila, señor, a Minos quiso,
cuanto de natural piedad ajeno.

Pues por él le corto a su padre Niso
el hadado cabello, y d[e]esta suerte
le dio para su reino el paso liso.

Y vos, Capitolina, torre fuerte
no fuisteis a franceses entregada,
¿Por quién a su Rey quiso hasta la muerte?

O pasión en mujeres desbocada,
mas que la deslealtad es en Liguria,
que ley por ti no ha sido quebrantada.

No reconoce termino tu furia,
pues en los torpes brutos rastros hallo
d[e] esta infernal o mujeril lujuria.

Semiramis murió por un caballo,
hasta que gozo del, como del Toro
pasifaes, que también supo engañallo.

Añade el que compuso el Asno de oro,
que una grane matrona amó un jumento,
hasta perder con el su buen decoro.

Bien pocos años ha se vio un portento,
del cual hace mención Volaterrano,
y con el puedo yo probar mi intento.

Fue pues, que en un lugar italiano
cierta mujer pario, que no debiera,
un perro con el pecho y rostro humano.

Y forjada después a que dijera
la causa d[e] este parto monstruoso,
otro perro mostro de quien le hubiera.

Mas ya, si con tener tan lujurioso
el natural amaran con firmeza,
no fuera por lo menos tan dañoso.

Pero su liviandad y ligereza
deja atrás la veleta, que obedece
al céfiro sutil con más presteza.

Un caso verdadero se me ofrece,
con que probar lo dicho todo junto
hacer memoria del, que lo merece.

Y porque ya tocamos este punto,
de no decir más del os aseguro,
sino fuese verdad lo que barrunto.

Y es que me tienen hecho algún conjuro
en aquesta materia, porque d[e] ella
nunca salgo por más que me apresuro.

Hubo cierta matrona casta y bella,
ejemplo de lealtad cuando casada,
y de virginidad cuando doncella.

Muriosele el marido a la cuitada,
cuando menos su fe lo merecía,
y quedo como loca de penada.

Nunca del cuerpo muerto se partía,
y sin querer tomar remedio humano,
dentro de su sepulcro residía.

El pueblo no la pudo ir a la mano,
y pensando poder los Magistrados
probaron, y su ruego salió vano.

En este tiempo ciertos encartados
en un grave delito fueron presos,
y por sentencia publica ahorcados.

Merecieron también por sus excesos,
que después d[e] esta muerte vil y dura
entierro les negasen a sus huesos.

Y porque no les diese sepultura
alguno de su misma parentela,
y estuviese la cosa más segura.

Usando los Pretores de cautela,
por guarda señalaron un soldado,
que les hiciese siempre centinela.

Una noche sintiose muy cansado,
y arrimándose al hasta pensativo,
oyó cierto suspiro desmandado.

Y como vio señal de cuerpo vivo,
y conoció salir también de pecho
atravesado con dolor esquivo.

Pensando poder ser de algún provecho,
anduvole a buscar por todas partes,
y topó con la cueva a poco trecho.

Usó de mil astucias y mil artes
para vencer aquella contumacia,
mil torres levantó, mil baluartes.

Tuvieron sus razones eficacia,
pues hicieron comer al quinto día
a quien estaba ya marchita y lacia.

Cada noche su cena le traía
con presta voluntad el nuevo amigo,
y cenaban los dos en compañía.

Pues como ya se viese sin testigo
aquella famosísima matrona,
y cerrado de noche su postigo.

Porque de gratitud también blasona,
dar a su bienhechor el pago quiso,
con dejarle gozar de su persona.

Durmieron una noche sin aviso,
y el padre de [é]l un moco justiciado
desapareció su cuerpo de improviso.

Luego al amanecer salió el soldado,
y en echando de ver el hurto hecho
a la cueva volvió desatinado.

Queriendo temeroso y con despecho
para escapar de muerte vergonzosa,
por un descuido tal abrir el pecho.

Mas ella menos firme que celosa
del bien de su favor recién querido,
una traza le dio maravillosa.

Y fue poner el cuerpo del marido,
por quien hizo tan raro sentimiento,
en lugar del que fue desaparecido.

Quien oyó tal mudanza en un momento,
imagino sin duda que el demonio
admirado quedo d[e] este portento.

Refiérelo pues Arbitro Petronio,
a quien dar podéis crédito sin duda,
por ser de grande fe su testimonio.

Y por el hilachon de aquesta viuda
sacareis el ovillo de firmeza
que debe de tener la más sesuda.

¿Qué diré de sus iras y fiereza?
¿De la envidia? del pecho venenoso?
¿Qué de sus gulas? que de su pereza?

Si no temiera seros enfadoso,
diera velas al viento mi carina
en un golfo, señor, tan espacioso.

Mas ha sido tan larga mi paulina,
que quiero aquí dejarla, porque temo
Seros en algo causa de mohína.

Iba pues en verdad a vela y remo,
como siempre que toco este sujeto,
a quien he desamado por extremo.

Y cuando no tuviera fin más recto,
solo por los afeites me enfadara
el más hermoso rostro y más perfecto.

Y al que sabe que pasa por la cara
tanto del escabeche, y se enamora,
los huesos con un leño le majara.

Mas para no decir d[e]estos agora,
remitoos a un papel, que se intitula,
sátira de Lupercio contra Flora.

Este ninguna cosa disimula
de sus aguas, aceites y polvillos,
antes uno por uno los retula.

Fuera cosa prolija referillos,
y aun escritos hedieran tanto cuanto,
por donde me parece no decillos.

Con esto de la silla me levanto,
bien cansado de estar sobre el bufete,
Dios os haga señor un grande santo,
de Salamanca y mayo diez y siete.

 

2019-10-13T19:53:21+00:00

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