A una dama que le envió una perdiz
Niña, pues en papo chico
no cabe chica mitad,
con perdiz almorzad
porque tiene pluma y pico.
Si mentalmente os fornico,
no me lo podéis negar,
que amor sabe penetrar
hoy, primer día del año,
mil puertas con un engaño,
mil llaves con un mirar.
Sobre el significado erótico de la “perdiz”, véase el comentario de Garrote Bernal a partir de una frase de La Celestina (“Ingenio sexual (siglos XIII-XVII)”, AnMal Electrónica 32 (2012), págs. 237 y ss.:
Para explicar la frase «El falso boezuelo con su blando cencerrar trae las
perdices a la red», Severin recurrió a la manuscrita Celestina comentada (h. 1550),
que la glosa como un método de caza que usaba un buey artificial, lo que corrobora
un texto italiano de 1601 que incorpora un grabado ilustrativo (1980). Chocante es
que Whinnom (1980), dado su entrenamiento en la detección del ingenio sexual, se
perdiera en sus «two pedantic ornithological footnotes» para mostrar las variantes de
perdices que hay, y su capacidad de vuelo (la res), sin mencionar siquiera el doble
sentido de perdiz (el verbum). Leyendo también literalmente, Hook adujo dos textos
del XV en que consta dicho método de caza (1984) y aportó documentación legal del
XVI, portuguesa y española, que lo prohibía: como la expresión era corriente, cazar
con falso buey debió de ser actividad conocida por los lectores de la época en
España, Portugal e Italia (1985). A partir de un pasaje de Argote de Molina, Seniff
(1985) extendió esa práctica venatoria a Francia y Alemania. Que había mencionado
Mena en la estrofa 57 de las Coplas sobre los siete pecados capitales, que Hook cita
(1985: 41) sin advertir la acumulación (buey, perdiz, cazar, natura) de conmutadores
sexuales en ella.
Hook y Seniff desconocían que Fradejas Lebrero ya había explicado el lugar de
Mena y coleccionado más textos afines, como uno de Muñoz Seca en La venganza de
don Mendo (1980), a los que sumó otros, no solo españoles (1981: 24-26), hasta remontar la costumbre de la caza encubierta a los romanos (1994). Por fin, Fradejas Rueda (1996) ofrece la lista de textos que entre 1419 y 1918 mencionan la caza con falso buey, y añade otras muchas referencias textuales e iconográficas; sin ir más lejos, la de Autoridades, donde, s.v. boezuelo, se cita y explica el pasaje de
Celestina.
En su sentido recto, claro. Para el otro hubo que esperar a que Gerli (1988)
reparara en la «seemingly innocuous statment» de Pármeno, que, a pesar de todas
las aclaraciones literales anteriores, «remain obscure» en lo relativo a sus «nuances
and sexual innuendo». El falso buey con su cencerro resultaba una añagaza para las
perdices, de la misma forma que para el lector coetáneo de Celestina las sirenas
constituían un signo de engaño. Además, la frase de Pármeno encierra un doble
sentido sexual, como el «[…] oyendo el esquilón / toman las aves por buey / a
vuestro padre el Barón», de Muñoz Seca. Pármeno avisa de que, como las perdices,
«a symbol of obsessive sexual ardor by Medieval and Renaissance audience», Calisto,
cegado por la lujuria y la avaricia, puede ser distraído por la aparente buena
disposición de Melibea para la cita, y bajará la guardia ante las trampas (1988: 56-
58). El cazador cazado o, mejor, el buey que por la perdiz se pierde… No otro es el
intento de Celestina.