Que entre los gustos de amores
la noche se estime tanto,
no me espanto:
que es capa de pecadores
y de pecadoras manto.
Que esté el padre confiado
en que su hija es doncella,
porque siempre ha visto en ella
un término muy honrado,
pero que viva engañado
porque hubo quien a pie enjuto
cogió flor y dejó fruto,
trocando tanto por tanto,
no me espanto.
Que en la noche más helada,
estando el marido ausente,
que busque quien la caliente
la bellísima casada,
y remanezca preñada,
y el marido esté seguro
de que su mujer es muro
formado de cal y canto,
no me espanto.
Que la viuda ensabanada,
los ojos en el sagrario,
tenga en la mano el rosario
y se nos muestre elevada,
y que, la noche llegada,
la visite el clerigón
por hija de confesión,
sin ser él el Padre santo,
no me espanto.
Que en la iglesia le amanezca
a la beata jergona,
y que apenas hay persona
a quien santa no parezca,
y que apenas anochezca
cuando, dejando el jergón,
sepa gozar la ocasión
y olvidar tristeza y llanto,
no me espanto.
Que, olvidada de su voto,
de día en el librador
tenga firmezas de amor
la monja con su devoto,
y que ande todo tan roto,
que, picada en este cebo,
gaste más velas de sebo
que peces tiene Amaranto,
no me espanto.
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