Soñaba yo, señora, y fue mi sueño
que estábamos los dos como señores
en un vergel fresquísimo de flores,
durmiendo sin licencia de su dueño.
Llegó el Amor y con decir risueño
nos llamó de su fruta robadores,
prendiéndonos ató como a traidores,
donde tuve el solaz que no desdeño.
Y viéndose así juntas las dos almas,
y en prisión puestas de amoroso fuego,
juntaron de sus cuerpos la cadena;
en cada espalda nuestra un par de palmas,
las bocas juntas atizando el fuego,
prisión de gloria, mas que no de pena.
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