Dado que estamos ante una poesía escrita exclusivamente, a lo que sabemos, por hombres, que da voz en algunos casos a sujetos femeninos que desean desbordar los límites que la sociedad les impone, cabe pensar que a lo que se tenía (y tiene) miedo es al gozo femenino, porque parece ser, a diferencia del masculino, aquel sin límites capaz de ponerlo todo en peligro. Toda cultura, se ha dicho, es un intento de doblegar los modos de goce femenino. Sea bienvenida, entonces, esta nueva antología de poesía erótica, Aquel coger a oscuras a la dama, que tiene como centro justamente su subtítulo, La mujer en la poesía erótica del Siglo de Oro. Aunque el universo misógino que impregna buena parte de estos versos quisiera servir de correctivo moral mediante la sátira de costumbres de una galería prototípica de mujeres (malcasadas, viudas, monjas, celestinas, prostitutas y otros personajes despectivamente “femeniles”), resulta evidente que al mismo tiempo dio voz a la mujer que actúa por su cuenta y riesgo, y que exige. Estamos, en definitiva, ante poemas que son pequeños pilares de una larga historia de rechazo y de miedo a lo sexual que contienen en sí mismos el germen de la subversión. Y esto es lo interesante. El afán de esta poesía erótica española, que circuló secretamente manuscrita entre los hombres y las mujeres de la España postridentina y de la Italia papal pero libérrima, su afán por nombrar, por esculpir en el pliego una gramática de la imaginación pornográfica, de lo innombrable, y por despertar quién sabe si la imaginación de sus lectores, amplió los dispositivos de nuestro idioma para vislumbrar lo indecible humano.
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