En el ardor de una siesta

En el ardor de una siesta,
(que también las siestas arden),
era Menga mariposa
orillas de Manzanares.
Tan sin piedad abrasaban
los vivos caniculares,
que, sobre el campo, el arena
era un brasero de erraje.
Encendióse mucho Menga,
y queriendo refrescarse,
dio con sus carnes al viento
y con su vestido al margen.
Por los cristales se mete;
pero más viniera a holgarse
si se metieran por ella
a pedazos los cristales.
Lavose y aun relavóse
todas sus humanidades,
sin reservar en su cuerpo
ni pïante ni mamante.
Palmadas se daba en todo;
pero más en una parte
donde fue desde la cuna
inclinada a palmearse.
Cuando, más arriba, un viejo
se lavaba los pulgares
con que había muerto a muchos
Gomeles y Redüanes.
Tan desnudo estaba y seco,
que, cuando llegó a bañarse,
pensó el río que era aborto
de sus mismas sequedades.
Divisola, y para verla
sin que nada le estorbase,
quiso alzarse cuanto pudo,
pero nada pudo alzarse.
Mirábala temeroso
(había de ser un fraile):
que no se volviera virgen,
si se imaginara mártir.
¡Qué alegre que se pondría
el tal orejón de carne
de aquel casi vivo entonces
o de aquel difunto casi!
Encogiéronse de hombros
los señores genitales,
como quien dice: “¡Qué dicha,
si fuera treinta años antes!”
Volvió los zafiros Menga,
y reparó en los balajes
de aquella puente de plata
de mayos y navidades.
Quedóse como el que mira
detrás de una flor un áspid.
(Esto digo yo por Menga,
quedase como quedase.)
Mas claro está que no pudo
dejar Menga de asustarse,
si no perdió la vergüenza
cuando perdió los corales.
Salirse quiere y no acierta.
(Mucho fue que no no acertase:
que salirse las mujeres
es una cosa muy fácil).
Sobre aquel pastel en bote,
entrambas manos reparte:
la izquierda le cupo al suelo
y la derecha a la hojaldre.
¡Qué poco debió al demonio
que la puso en aquel trance
para tentación un hombre,
y para hombre un cadáver!
Pues cuando Menguilla, al verle,
como mujer se tentase
de aquel venerable Beda,
lo veda lo venerable.
Si bien murmuran algunos
que no le pesara al ángel
que tras el Nuño Salido
salieran los siete infantes.
Corrida quedó, en efecto;
pero fue de que mirase
tan buen encaje de punta,
tan mala punta de encaje.
En fin, cansados los dos
de verse y de contemplarse,
Menga se fue a sus basquiñas
y el vejete a sus pañales.

2019-09-29T13:22:20+00:00

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