[A Melchora]
La misma que estás en casa,
Melchora, en la tienda estás,
y allí dan lo que nos das:
color, solimán y pasa.
La cabeza tienes rasa,
moño sobre calva llevas,
toda en botes te renuevas,
tienes el rostro enterrado
en untos, y me han jurado
que te quitas (varias gentes)
de noche muelas y dientes,
como vestido y calzado.
Y aunque no duerme contigo
tu cara, me aseguró
el mico que amaneció
tu rostro sin papahígo.
El proprio ha sido testigo
en ayunas contra ti;
mírate como te vi,
olvida ya los mozuelos,
los deseos y los celos;
respeta tu centro cano,
que puedes ya, por anciano,
contarle entre tus abuelos.
¿Piensas que te ha de valer
comprar a peso de oro
mozos, y dar un tesoro?
Pues ni el dar ni el prometer
son salsa para poder;
sorda la pieza a tu ruego,
no quiere matar tu fuego;
que la pieza no repara
en la oferta, y ve tu cara,
aunque es tuerto y bizco y ciego.
Deja tu comentario