Los médicos han de errar

Ridículo suceso del trueco de dos medicinas Romance *

Los médicos han de errar
de alguna suerte las curas;
y pues siempre andan herradas,
deben de curar sus mulas.
Éste, que, doctor tudesco,
si no en batallas, en juntas,
erre a erre peleaba
con recipes de la pluma,
si no lo habéis por enojo,
erró en Getafe la purga
con un recién desposado
y un vejecito con bubas.
Cantáridas pidió el novio,
porque el apetito aguzan:
astrólogos de quien cuentan
que saben alzar figura.
El vejezuelo aguardaba,
muy francés de coyunturas,
diagridis, jalapa y sen,
trinca para toda puja.
Era el buen recién casado
un esposo papanduja;
en el alma con potencias,
en el cuerpo con ninguna.
A las armas de bajón,
la barba fue empuñadura,
cuando en contera de tiple
trae envainada la punta.
Y si bien, por lo caído,
algo de demonio anuncia,
lo de depossuit potentes
ni le toca ni le ajusta.
La novia, que aquella noche
le retaba la lujuria,
salvaba en los negros ojos*
desconfianza de rubia.
El bulto para tomado
era mejor que la Enclusa:
para enristrada mejor
que lanza de brida en justa.
Virginidad jacerina
mostraba por cejijunta:
cosa para dar cuidado
a dos azagayas turcas.
La boca, hermoso paseo
de apetito que besuca,
cuando, por sobra de lenguas,
acontece que esté muda.
En dos dedos de chapín
tres varas de cuerpo encumbra:
por corta ni mal echada
no la perderá, si lucha.
Todo el mirar, garabatos,
y todo el bullicio, pulgas:
toda, al fin, de arriba abajo,
brindis a brazos de pulpa.
Catorce tiene cumplidos;
y, según que se barrunta,
no cumple los dos, si aguarda
que su marido las cumpla.
De los pies a la cabeza
no se perdonó a cultura,
ni en todo su ventrispicio
se dejó ni aun una pluma.
Su madrina, que en el arte
era una mujer machucha,
la leyó de pe a pa
la cartilla de las nupcias.
Ella, que tiene más miedo
de un ratón que de diez curas,
con menos temor se acuesta
que el marido se desnuda.
Echóla la bendición
su madre, porque, fecunda,
le cuaje un nieto al instante
que la den en caperuza.
El esposo que, en lugar
de la bebida que busca,
se sorbió la escamonea
que apresta contrarias lluvias,
muy pacífico de panza,
las bragas se desanuda,
y ni el gallo le despierta,
ni los miembros le rebuznan.
La barriga soñolienta,
y la humanidad con murria,
para dieta se acostaba
de quien le esperaba gula.
Mas ella, por cumplimiento
del “Déjeme” que se usa,
cuando la que menos tiembla
hace como que se turba,
devanada en la camisa,
la cara y los brazos hurta
a quien las alteraciones
tiene en el cuerpo difuntas.
Esforzóse a levantar:
nadie tema cosa oculta;
que una mano levantó,
y con los dedos, las uñas.
Andúvola en el cogote,
caricia de quien espulga,
ocupado en agasajos
de arriba de la cintura.
Pujando estaba un requiebro,
muy hipócrita de púa,
cuando la purga en el vientre
empezó a hacer de las suyas.
La niña, que se hallaba
entre pila y fuente enjuta,
con un marido por señas,
que sólo amaga y no apunta,
jícara de chocolate,
que puede, sin el ayuda
de rescoldo y molinillo,
hervirse y hacer espuma,
en achaque de apartarle,
dio con ambas manos juntas,
como si fueran con guía
pintiparada, en la culpa.
“Todos duermen en Zamora
-dijo romancera y culta-;
no debes de ser Don Sancho,
pues la vela no te punza”.
“El no levantar cabeza,
grandes desdichas pronuncia;
desposado de “Aquí yace”,
mujer epitafio busca”.
Él, que aguardaba al ombligo
de su bebida las furias,
traiciones sintió forzosas,
que el retortijón anuncia.
Dábale priesa el retorno
de la mal sorbida zupia:
las tripas tocan al arma,
el un ojo le estornuda.
Particulares estruendos
se oyeron en esta junta:
la nariz, contra pastillas,
sintió que a traición s[e] ahuman.
Arrojóse disparando
truenos y granizo en bulla;
proveyóse veinte veces,
y no la proveyó una.
Si cuantos pretenden plazas
llegan a sazón tan cruda,
por la cámara negocian,
proveídos van sin duda.
“Servicio -dijo- me has hecho,
y antes que casada, viuda;
y, sin haberme tocado,
me has dado una mala zurra.
“Sin duda quedarás bueno,
aunque yo quede en ayunas:
más dias hay que longanizas,
y más si cuentan las tuyas.
“Tu cuerpo, que no me goza,
a lo menos me gradúa,
si los cursos a las novias
valen como a los que estudian”.
Quiso esforzarse, y impidióle
que hiciese tal travesura,
ni de tripas corazón,
cuando las tiene tan sucias.
En esto estaban los dos,
él en folga, ella en angustias,
y corrida sin moverse,
adivínenlo las pullas,
cuando el buboso vejete,
que las cantáridas chupa,
y aguardaba evacuación
del sen que al novio embadurna,
amotinada la edad,
el cuerpo se le espeluza,
los eneros se le encienden,
las canas mismas amurcan.
Empreñar quiere la manta,
que marimanta la juzga;
saltos daba de la cama,
Conde Claros con arrugas.
La novia que al otro sobra,
dado al demonio, la busca,
si el púlpito que previno
el marido se le ocupa.
El servidor y la novia
de los dos hicieron burla:
él al novio le dio esposa,
ella al viejo dejó a escuras.
Esta historia a huir enseña
de maridos sin injundias,
pues potencia de recetas
estercola y no consuma.

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2019-09-13T12:52:54+00:00

Un comentario

  1. BLASCO PASCUAL, FRANCISCO JAVIER 29 mayo, 2019 en 9:33 am - Responder

    Remito al excelente comentario que de este texto hizo Remedios Morales, “Las procacidades de un romance quevediano”, Edad de Oro, IX, 1990, pp. 169-179

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